Plutarco Schaller: a todo o nada, siempre

Plutarco Schaller es un nombre conocido en La Rioja. Quizás por su oficio de periodista y fotógrafo en el Diario El Independiente o por su militancia activa en distintas causas sociales; por haber sido preso político, por sus viajes por La Rioja y otros hechos que lo llevaron a ocupar la escena pública provincial. En esta nota indagamos un poco más íntimamente en la vida de un hombre inagotable, que coincidió en tiempo y espacio con otros referentes que marcarían la historia riojana como el “Pelado” Angelelli, “Tito” Paoletti, Daniel Moyano y otros contemporáneos.

Con esa misión, entrevistamos a su hija Gabriela Schaller, más conocida como “Chaya”. Ella nos abre las puertas de su casa y de sus memorias en una charla interminable pero insuficiente para compartir tantas anécdotas… algunas muy felices, otras que parecen extraídas de un cuento de terror.

El Joven Plutarco

Nació en Entre Ríos. Creció en una colonia nazi y concurrió a una escuela que en su dirección exponía la cruz esvástica. Allí lo instruyeron fuertemente en disciplina deportiva. Se fue de su casa a los 12 años después de enfrentar a su padre con una escopeta en el pecho: “A mi mamá no la tocás más”, le dijo antes de partir.

Se fue solo a trabajar en la gomería de otro pueblo. Allí dormía en una piecita y parchaba las gomas de los camiones que llegaban en las noches. También les cargaba nafta.

Con “veintipico” de años, alpargatas y las manos curtidas, llegó a La Rioja trabajando de obrero en una compañía petrolera. “La de los Brígido, con los Pioli que hacían perforaciones de agua”, cuenta Chaya. Después fue changarín en una empresa de construcción.

Desde muy joven se interesó y participó en política. “En aquella época no era común eso y menos en un muchachito solo, sin su familia”, acota.

Aquí conoció a Angélica Soria, una maestra, actriz de teatro y costurera cordobesa. Ella tenía 17 años cuando se casaron con permiso de un juez. Tuvieron seis hijos. El segundo, “Enriquito” (llamado así por Monseñor Angelelli), murió a los 8 meses de vida. Ese fue uno de los primeros golpes certeros y dolorosos que recibiría la familia que empezaban a formar.

 

El padre que jugaba

Escondidas, acrobacias, cuentos inventados y el olor a engrudo son los recuerdos más presentes de la “Chaya” niña.

“Nunca voy a olvidar los juegos que papá hacía. Hoy no me explico cómo se daba tiempo. Estaba metido en todo y encima jugaba. Nos contaba los mejores cuentos inventados y con las manos nos hacía los sonidos en el respaldar de la cama. Decía cosas increíbles pero con una convicción irrefutable: que había andado por la selva y enfrentado a un cocodrilo. Que le había metido la mano en la boca y lo había dado vuelta!!” -se ríe- “yo sostuve que era cierto hasta los 12 años”.

Pirámides humanas, palomitas y acrobacias… Chaya remarca el excelente estado físico de un Plutarco que siempre se entrenó. “Le encantaba hacer piruetas con nosotros. Hacía flexiones de brazos con mis hermanos. Tenía una barra en el fondo de casa y hacían piruetas con una silla: quedaban perpendiculares a la silla sosteniéndose con los brazos”.

Los mejores barriletes eran los suyos. Grandes, de papel de diario y caña. “Los chiquitos del barrio se juntaban a hacer barriletes en casa porque eran los más lindos; y les ponían una luz que con el viento, subía y quedaba volando hasta la noche”.

La hija de Plutarco recuerda el olor a engrudo como un símbolo del patio de su casa. No sólo por los barriletes, también por los carteles que fabricaban sus padres junto a la gente que llegaba allí a preparar marchas de protesta.

“El otro día fui a ver una película de Angelelli y apareció una imagen de una marcha de Codetral en que está mi madre y también un cartel. Y ahí me acordé… a ese cartel lo hicieron en el patio de casa”.

 

“El inventor” de los mil oficios

Angelelli lo llamaba “el inventor” porque todo lo arreglaba o lo inventaba. “Era un tipo muy capaz y muy útil a la causa. Cubría muchos frentes y no escatimaba esfuerzos cuando había que hacer algo”, recuerda Chaya.

Disciplinado como era, mantenía su taller minuciosamente ordenado con las herramientas limpias, colgadas de mayor a menor. “No sé en qué momento dormía -porque en el diario trabajaba de noche- pero yo me lo acuerdo de día con su cinturón de trabajo y olor a grasa y tinta que traía del diario, con la cajita de metal que hacía ruido o con el manojo de llaves en la cintura de todos los lugares donde iba a arreglar cosas”, detalla.

Plutarco trabajaba como representante de Orbis en La Rioja. Arreglaba cocinas y calefones de una marca popular de esos tiempos. “De todas las casas que visitaba con ese trabajo, hizo muchos amigos. Se juntaban en el bar ‘La Ópera’. Creo que ahí conoció a Tito Paoletti y otros personajes que después hicieron historia aunque entonces ni se lo imaginaran”, dice con suspicacia.

Eso influyó para su incorporación en la cooperativa del Diario El Independiente: “Cuando “Tito” compra el diario, el mecanismo de revelado que utilizaban estaba obsoleto”. Plutarco viajó a Buenos Aires, hizo un curso e inventó una máquina para revelar que sirvió varios años hasta que llegaron nuevas máquinas. “Yo creo que lo buscaron porque papá era de arreglar todo”.

Lo cierto es que no sólo arreglaba todo. También participaba activamente de cada espacio en el que se movía: el club náutico, de fútbol, de tiro, las cooperadoras de la escuela, el diario, el fotoclub, el cineclub… “A veces me pregunto cómo hicieron él y mamá para participar de tantas cosas y a la vez formar una familia y tener tantos amigos; y a la vez pensar una Rioja distinta en el aspecto cultural, económico, social y político”, reflexiona Chaya.

Anécdota I: Plutarco Schaller y Raúl Sufán tuvieron la ocurrencia de inventar una carrera por toda Argentina, del sur al norte, que terminaba en un estadio de Buenos Aires. Desde Pinchas, organizaron una comisión con Plutarco como tesorero para recolectar dinero y hacer la carrera. Ellos también correrían. Hicieron de todo, juntaron la plata y emprendieron el desafío. Llevan un coche de auxilio mecánico y, según lo previsto, el auto se rompe en varias oportunidades. Cerca de la meta, falla por última vez.  Hablan con un colectivero que desvía su camino y los tira cerca del estadio. Desde ahí, empujan. Fueron los últimos en llegar.

 

Fotoperiodismo militante

Plutarco Schaller perteneció a esa generación que marcó un antes y un después en nuestra historia. Fue el primero en traer a La Rioja la foto color y los audiovisuales que proyectaba en distintos espacios como el cine Sussex, las escuelas o los asentamientos mineros.

Las finalidades de estas proyecciones eran diversas pero para Plutarco, la educativa era la más importante.

“Él los tenía que compartir con la gente. Armaba su audiovisual y lo proyectaba con la maquinita de diapositivas mientras narraba las historias”.

Conocidos son los registros de sus viajes a la Antártida, el Talampaya, el interior profundo de La Rioja y los asentamientos mineros donde también proyectaba.

“En aquella época las condiciones laborales de los mineros eran pésimas. Papá los visitaba, sacaba fotos y se publicaban en el diario. Cuando se desmoronaba la mina y un minero quedaba abajo, el diario enviaba en una renoleta a un médico, un abogado y un periodista. Producían el material para el diario, pero además el médico los atendía y el abogado los asesoraba para organizarse. Así se constituyó el sindicato de mineros. Por supuesto que eso no fue gratuito… la oligarquía nunca se los perdonó”.

Los tiempos difíciles

Sabían que se venía algo pero que nunca dimensionaron lo que sería la última dictadura. Antes ya habían estado presos varias veces pero la figura de preso político no duraba tanto tiempo. “Creo que de saber el plan estructurado que venía, se hubieran preparado mejor”.

13 meses desaparecido y 7 años preso por distintas cárceles del país. Ese fue, a prima facie, el precio que tuvo que pagar Plutarco, pero el combo vino también con una familia destruida.

“Siempre tuve una gran admiración por mi padre. Con siete años no podía percibir lo que se venía. Recuerdo a mamá sentada en mi cama: ‘Chayita, despiértese mija que al papá lo llevaron los militares’. Nos despertó a todos y salió con mi hermana y mi hermano mayor a buscarlo por la cárcel y las comisarías. No estaba en ningún lado… y ya se empezó a correr la bolilla de que se habían llevado a uno, y a otro y a otro. Entre las mujeres se pasaban información ‘o estará acá o allá’… Era una desesperación por saber qué más iba a pasar porque todas las noches venían por uno distinto y ya habían empezado a desaparecer”, relata.

“Mamá quedó sola con cinco hijos. En casa hicieron cinco allanamientos, se subían por las tapias de los vecinos, golpeaban a mis hermanos. Luego metieron presa a mamá pero como estábamos los cinco hijos desamparados, la dejaron presa en la casa. No podía salir ni a colgar la ropa. (…) Ese tipo de situaciones, hacía que la gente no te saludara en la calle. El ser Schaller o Gómez o tal o cual era mala palabra. Había listas negras y sabíamos que mi hermano estaba ahí. Él durmió mucho tiempo en el techo de la casa porque quería tener tiempo para escaparse si lo venían a buscar”.

Angélica termina la prisión domiciliaria y empieza a buscar trabajo. A la escuela no podía volver. Habló con un conocido que vendía gas y la tomó. “Al día siguiente fue un milico y le dijo ‘córrala porque sino va a tener problemas usted’”.

Durante los trece meses en que Plutarco estuvo desaparecido, la familia lo buscó por distintas cárceles y centros “aguantando extorsiones, los milicos pidiendo sexo con mi hermana a cambio de información… vivieron cosas terribles”, lamenta su hija.

“Cuando mamá viaja a Buenos Aires para buscar a papá, Catalán le pone captura recomendada y ella no puede volver a La Rioja. Quedamos solos los cinco acá. Como lo de la captura era en todo el país, tampoco ella se pudo quedar tranquila allá. Consiguió un trabajo de mucama y alquiló una piecita en un sótano”.

Tiempo después, Plutarco es trasladado de Sierra Chica a La Rioja donde se convierte en uno de los “rehenes del mundial”. “Papá, Lucho Gómez, Guillermo Alfieri, Mario Paoletti Argeo Rojo, el ‘viejo’ Polano, Carlitos Gómez entre los que me acuerdo, integraban ese grupo”. La idea era impedir que se hiciera alguna acción durante el Mundial 78’ porque los mataban.

“Los exiliados consiguen la visita de la cruz roja internacional y viene a hacer una inspección a la cárcel de La Rioja. Los militares habían limpiado y pintado la planta, les habían dado de comer a los presos unos 20 días antes como para que no estén tan escuálidos… pero había un sector no habilitado en la parte superior del predio. Uno de los inspectores insistió en ver. Subió y encontró a los rehenes del mundial en un estado deplorable”.

Durante los años de dictadura, la familia Schaller Soria fue arrasada “con la detención de papá, el desarraigo de mamá, la tortura de mi hermano de 17 años…”

Finalmente, Plutarco es liberado en Rawson, Chubut para encontrarse con su núcleo familiar disperso entre Buenos Aires, La Rioja y Ushuaia.

Anécdota II: “Una tía casada con un militar se apropiaron de mi hermano menor poco tiempo después que quedamos solos. Cuando preguntamos por qué se lo llevaban nos dijeron que a papá lo iban a matar y mamá no volvía más. Durante 20 años no lo vimos. Ellos le hicieron creer que lo habían abandonado”.

 

“Renuncio de por vida a ejercer el periodismo”

Cuando los presos políticos del diario El Independiente son liberados, vuelven a buscar su antiguo trabajo. Plutarco pide participar de una asamblea. “Uno de los Córdoba le dijo que a él lo podían dejar entrar otra vez”. El contestó que entraban todos o no entraba nadie. “Yo no traicioné a mis compañeros en ocho años de cárcel, menos los voy a traicionar ahora”, fue la respuesta del fotógrafo. Y no entró nadie. Los nuevos directivos rescataron de Casa de Gobierno unas renuncias que habían sido firmadas mientras los torturaban en prisión. “Esas renuncias se las sacaron los militares en los calabozos porque el señor Américo Torralba fue con la renuncia de todos en la mano y les dijo ‘muchachos firmen porque sino nos quedamos sin el diario’. Firmaron con el compromiso de que cuando todo pasara, las cosas volvían a la normalidad”.

El texto de los documentos firmados decía: “Renuncio de por vida a ejercer el periodismo”.

 

Cuba

Una Rioja cegada por el prejuicio expulsa nuevamente a un Plutarco sin trabajo. Se instala en Buenos Aires y comienza a trabajar en el Diario La Voz hasta que, varios años después, le ofrecen la embajada argentina en Cuba. “Él contestó que estaba hecho para trabajar, no para hacer de cuenta que trabajaba. Entonces viajó con mamá y mi hermano menor a Cuba pero para hacerse cargo de la biblioteca y el área que recibía a los argentinos que llegaban a ese país”.

Desde allí trabajó para revistas centroamericanas. Además hizo un archivo sobre los represores de Argentina ordenado por fuerza, por lugar, nombre y cómo actuó cada uno de ellos. “No lo pudimos editar impreso porque es más grande que la biblia. Es un cd interactivo para consultar”, dice Chaya al tiempo que destaca la organización de una biblioteca en la embajada: “El trabajo que hicieron ahí con mamá es increíble”.

Después, a Angélica le pesaron más las relaciones que se perdía en Argentina con sus hijxs y nietxs, y regresó antes.

“El venía de visita a La Rioja y se cruzaba en la calle con sus torturadores. ‘No sé cuánto tiempo voy a responder por mí, si acá no se hace justicia’, solía decir”.

Anécdota III: Siempre se identificó como ateo. En la época de Angelelli iba a las misas porque eran otra cosa… Un día Plutarco estaba en la vereda de la catedral y pasa un amigo y le grita “Eh ¿te cambiaste de vereda?” y él le contesta “No. la que se cambió de vereda es la iglesia”.

El equipaje incorporado

Plutarco vivió 26 años en Cuba hasta que, en 2013, volvió a la Argentina.

“A mi papá me lo sacaron de mi casa cuando yo tenía siete años y volví a conocerlo a mis 47 años. Te digo conocerlo porque en todo ese tiempo la gente cambia. Cambió el y cambié yo”.

Cuando Chaya le propuso volver al país y vivir con ella, él se tomó su tiempo para tomar la decisión. Cuando le dijo que sí, hizo lo imposible para ir a buscarlo.

“Cuando llegué allá, me di con la mudanza… ¿qué te podés traer en una valija?. Desarmar su casa era muy doloroso. Le pregunté qué quería hacer y me dijo ‘vendé todo. Lo único que me interesa es que dejes lo elemental como para que una familia pueda vivir acá. Nada material me llevo. Lo que viví en Cuba me lo llevo yo. Y sé que me voy para nunca más volver’”. Se despidió de todos sus compañeros, sabiendo que era la última vez que los veía.

Mientras desarmaban todo, le pidió a su hija que le alcanzara un cuadro con una foto. En la penumbra de una noche cubana, se lo veía lagrimear y escribir en ese cuadrito… “Los momentos más hermosos de mi vida los pasé aquí. Me los llevo conmigo”. Se lo dejó a quien había sido su pareja en ese país.

 

La vida al 100%

Con 85 años, se desprendió de todo lo material y se volvió a la Argentina a empezar de cero. “Primero conocernos como papá e hija. Se puso al lado mio. Trabajó conmigo. Yo lo bromeaba que era el gerente de mi negocio. Con sus muletas subía a la mañana a trabajar y bajábamos al mediodía, subíamos a la tarde, bajábamos a la noche. Conversamos mucho. Viajamos. Hicimos cosas muy lindas… reuniones familiares, disfrazarnos, chayar, jugar al truco. Lo disfruté a full esos tres años. Muchas veces me quejé de que fue poco, pero lo suficiente”, dice con la voz entrecortada, como conformándose con ese pedacito de Plutarco.

Para Chaya es importante poder hablar de su padre de esta manera. El dolor por su partida del mundo terrenal, le estrangulaba la voz hace un tiempo atrás.

“Son personas con una presencia muy fuerte. Influyen mucho en la vida de los que están cerca. Vivir con él era un constante aprendizaje. Todos los días, con sus dificultades se levantaba a la mañana, se ponía su short azul, su camiseta blanca y agarraba la bicicleta fija. Recitaba tangos, se sabía muchísimas letras. Bailaba como podía. Se divertía. Llegó para disfrutar de los nietos, ver nacer a algunos, charlar con los más grandes, besarlos en la frente mientras dormían. Era un tipo fuerte. No le dolía nada, no lo vencía nada. ¡Casi se muere cuando le dijimos que no podía manejar más!”, recuerda entre risas y lágrimas.

Esta es la manera de recordarlo que su hija elige. Esta también puede ser la manera en que muchxs recordaremos a un hombre que vivió a todo o nada, siempre.

La Rioja, 02 de octubre de 2018