El verano históricamente no es un periodo interesante para las artes. No voy a mentir, no soy chayero. Pero este febrero tan activo y prometedor para las artes visuales me hace repensar. Quizás el próximo febrero me encuentre con una rama de albahaca en la oreja y todo enharinado.


El verano históricamente no es un periodo interesante para las artes. Los espacios independientes cierran, se toman vacaciones. Los museos y espacios estatales en el mejor de los casos recurren a un “enlatado”. Un enlatado es una muestra que viene ya armada, hasta curada y la institución solo paga ocasionalmente el traslado de obras. No hay un trabajo de investigación, ni propuesta de formación, ni un aporte que siga construyendo un  guión para ese espacio. Este febrero, en La Rioja y coincidiendo con nuestra fiesta popular mayor, fue especial.

El MOC inauguró una muestra de dibujos y grabados de nuestro Pedro Molina. “Mito y Tradición” propone un recorrido por el camino del artista, entre las chayas y los carnavales andinos cuyas influencias impregnaron su producción. En el  imaginario de Pedro se funden copleros y seres mitológicos, en una personalísima interpretación .Una muestra oportuna y necesaria.

La Secretaría de Cultura presentó un ambicioso proyecto: MIC (Mercado de Industrias Culturales). Se desarrolló durante el festival de la chaya, apostando al turismo. Se realizó en las instalaciones de la ex Escuela Normal. Durante ese tiempo convivieron diseño de modas, artesanías, música en diferentes expresiones, publicaciones locales y artes visuales en stands destinados a la venta. Además un programa muy bueno de charlas paralelas con invitados en muchos casos de lujo. Pese a mis prejuicios lo que se mostraba se veía bien. La convivencia de las diferentes propuestas culturales era armónica e interesante.

Al ser la primera vez que esta fuerte apuesta se pone en marcha, hay mucho que criticar. Criticar en el buen sentido, constructivo. Pero creo que esas críticas deben salir del debate de los actores: la Secretaría de Cultura y los agentes culturales. Es imprescindible para instalar en la ciudadanía esta genial propuesta.

Lo que sigo objetando desde afuera, no desde los centros formadores que básicamente son dos: universidad y profesorado, es lo mismo. La falta de participación del estudiantado. Me hace mucho ruido que una carrera cada vez con más inscriptos no participe activamente en las propuestas que se ofrecen. Hay un lugar donde no estamos llegando. O no hay un interés genuino, o existe una falla en la comunicación  o es una falla contemporánea y más amplia, en el ejercicio del  dialogo.

También desde la Secretaría de Cultura se lanzó un nuevo concurso. Un nuevo Salón de artes visuales llamado “Pinta la Rioja, Pinta la Chaya”. En las bases se alude al interés por parte del organismo de incorporar a su patrimonio obras más tradicionales, contemplando el legado paisajista y costumbrista muy presente en la historia del arte de la provincia. El rescate y puesta en valor de esta expresión tan arraigada en nuestra idiosincrasia es un gesto a valorar. Y un espacio más para los artistas.

El salón provincial ha tomado en sus últimas ediciones un carácter que apunta al arte actual y por momentos (en buena hora) desconcertante para el público sin información previa. No voy a opinar ni de los premios ni de la labor del jurado. No puedo hacerlo ya que Yo mismo he participado con una obra como artista. Ese hecho invalida cualquier comentario ya que obviamente sería sesgado.

En una de las charlas de las que participé en el MIC hablé sobre coleccionismo. Fue una escusa para hablar del artista Juan Carlos Romero de quién tengo una obra en mi colección. Romero es un artista visual de extraordinaria importancia en las últimas cuatro décadas. Sus producciones resultan indispensables para entender el “experimentalismo” de la vanguardia argentina de los años ‘60.

Sus comienzos tienen que ver con el grabado, que es lo que lo conecta definitivamente con lo impreso empleando técnicas gráficas. Sus herramientas son la palabra, los textos y las formas asociadas a lo tipográfico. Y es en ese juego que descubre la magia y el sentido que despliega en instalaciones, performances, intervenciones públicas, arte correo, poesía visual y libros de artista. Explica su arte a través del lenguaje y del compromiso con la vida y con los hechos que le han tocado vivir. Hay una frase que lo define: “Además de un artista plástico soy un militante político”.

Romero murió en 2017. Una noticia que sacudió la opinión pública en enero fue la venta por parte de sus familiares de su colección de arte político a un coleccionista privado de Estados Unidos. Toda la comunidad artística manifestó  preocupación por lo que consideran una fuga de bienes comunes y capitales simbólicos y exigen que se den a conocer las condiciones en las que se vendió el archivo y poder saber en qué estado se encuentra el mismo. Lo que sigue sin respuestas. Y obviamente vuelve a poner en la palestra el rol del coleccionismo y el descompromiso del Estado en lo que es nuestro patrimonio.

Otra vez la Argentina, atravesado por una feroz crisis económica basada en el endeudamiento, evasión de capitales y expoliación generalizadas, permite esta perdida. En la última edición de ARCO la feria de arte de Madrid, en modo de homenaje y en tono perfomatico, diferentes personas circularon con una remera negra que aludía a su obra más emblemática. “Violencia”. La intervención decía: Violencia es perder el archivo de Juan Carlos Romero.

No voy a mentir, no soy chayero. Pero este febrero tan activo y prometedor para las artes visuales me hace repensar. Quizás el próximo febrero me encuentre con una rama de albahaca en la oreja y todo enharinado.

Textos consultados:

  • Entrevista a Juan Carlos Romero/El arte como intervención polituca. Silvana Jaüregui.
  • Texto curatorial de la muestra: Tipo/Gráfico ,2012 galería Carla Rey , Hugo Romero.