En esta entrega especial, compartimos una joya literaria publicada en el libro Los días sobre mí de nuestra querida Adriana Petrigliano. “El viaje” es un texto que estruja la garganta de emoción y nos conecta con el afecto más íntimo y profundo de una hija y un padre. Para leer y escuchar.


El Viaje

Mi papá subió al colectivo (a la línea 2) con el buzo azul y beige gastado, el vaquero y las zapatillas grises.

Sacó el boleto, le agradeció al colectivero y se sentó en uno de los primeros asientos agarrándose fuerte al barandal. Derechito se sentó.

No me vio, a mí, que sentía que el corazón estaba quieto y a la vez enloquecido.

No me vio a mí. A mí no me miraba, al resto de la gente sí. A mí no me veía.

Hacían dos años y nueve meses que estaba muerto.

Y desde el primer día de todos esos, había soñado con verlo.

Había perseguido este sueño que finalmente se hacía realidad.

El colectivero encendió la radio y no me hizo falta entender nada.

Sonaba un tango suave, arrastrado y papá, empezó a silbar bajito.

Yo estaba como a tres asientos de distancia. Le miraba la nuca, el pelo, el borde gastado del buzo… y quería pararme, ir a abrazarlo, ir hasta él. Y no podía. El asiento parecía una cadena, una prisión.

Papá seguía sentado derechito hasta que sucedió algo maravilloso.

Subió una señora con un bebé y él, viejito como era, le dio el asiento.

¡Ahora sí me va a ver!

El corazón me dolía de tanta furia.

Se corrió hasta mi lugar, le vi las manos paspadas, coloradas, las manos de papá se agarraron de mi asiento, pero seguía sin mirarme.

Le vi los ojos cansados, noté que le dolían las piernas… quise decirle de la abuela y de los nietos nuevos y quise mirarlo hasta hundirme en él, que miraba lejos, como detrás de una bruma. Y sentí olor a mentitas y a colonia… tanto había soñado, tanto quise que esto sucediera, y ahora estaba muda y este silencio me pesaba como nunca antes.

Entonces, yo, que estaba hipnotizada, lo vi. Vi cómo bajaba sus ojos hasta los míos.

Y me miró.

Fue la vida entera. Fue el universo completo. Fue una cadena infinita de ternuras, palabras, penas y dichas, canciones, patios, veredas, cielos y a brazos arrugados de tiempo… días de luz y de silencio.

Fue la vida en una sola mirada.

Me miró.

Y fue un pozo profundo y fue querernos como si estrenáramos la vida.

Me miró y la bruma de sus ojos estaba detenida y detenida mi alma en esa mirada recobrada.

Fueron unos segundos solamente. Fue apenas un instante en el que fui dueña del tiempo, de los días eternos y de los otros, pobres y vacíos.

Si hubiera podido, hubiera gritado con los ojos, con las manos… pero solo podía mirarlo.

Papá volvía a mirarme…

Nada me dijo, pero supe que estaba yéndose otra vez.

Con furia de viento me llegaban respuestas a viejas preguntas y consuelos olvidados, y todos los nombres de las cosas que hicieron mi vida se agolparon sin razón ni orden: nombres de calles y ciudades, nombres de abuelos desconocidos, nombres de puertos y provincias, nombres de plazas y de aviones, nombres de comidas, nombres de árboles y perros… nombres de chicas rubias y distantes y de esquinas y faroles y tangos…

Tan abrumada estaba de palabras que tardé en darme cuenta que papá se bajaba.

De pronto, el colectivo volvió a ser un hueco vacío en movimiento.

Volví a estar sola.

Y lo vi.

Quedó paradito en una esquina, las manos cruzadas en la espalda, mirando sin ver mi colectivo alejarse.

Levantó una mano. Apenas un saludo triste y una leve sonrisa.

Porque la muerte es eso, un saludo triste y una leve sonrisa…

(Del libro “Los días sobre mí” de Adriana petrigliano – 1ra ed.- La Rioja: Nexo Grupo Editor, 2016)

*No te pierdas la versión en audio producida especialmente para el libro educativo “La Rioja y Yo”.