Desde hace ya varios años, Adriana Petrigliano junto a un grupo de susurradores, recitan poesía en espacios públicos. En esta entrega, la escritora comparte esa experiencia y cuenta cómo sucede la magia.


 Te susurro

Te pido una pausa pequeña. Y pido que me dejes susurrarte un poema.

Es una casi nada. Es una brevedad.

Será un puñado de palabras que se deslizarán por el túnel oscuro de este tubo.

Que llegarán, en casi caricias o casi lugares que lamen tus oídos. Que arriesgan el camino oscuro de ese túnel sólo para llegar vos.

Te susurro a vos, que no te conozco. Que no sé quién sos.

No sé tu nombre. No sé tus muertes o tus vidas a cuestas.

Te paro en la calle, en cualquier calle y a cualquier hora (aunque la única hora posible del susurro fuera la del crepúsculo…)

Te susurro a vos en un casi acto de amor que entre desconocidos es profundo. Es tan hondo. Es un apenas mirarnos a los ojos.

Es un decir tímido e incrédulo de magia. Te susurro al oído y entonces sucede.

Sucede que el susurro que es apenas nada casi…se alza sobre los dos.

Sobre vos, el desprevenido, el desconocido, y sobre mí, que te busqué. Te elegí desde la nada.

Te toqué apenas, te rocé la piel o no…te miré a los ojos digo, como quien mira lo más profundo de los pozos o la noche y bastó.

Como dicen los rezos de la fe…”una sola palabra bastará  para salvarnos”.

Entonces el susurro fue a salvar en su solo instante a:

Las prisas/las dudas /los dolores/las rupturas/ las palabras amargas de la mañana/ el sabor agrio en la boca sin los besos/las deudas/los corazones rotos/los olvidos/las promesas quebradas/las boletas vencidas que ahorcan/los números que nos aprietan la garganta/ las miradas perdidas para siempre/ y a los vivos y a los muertos que llevamos encima…

Un susurro que hace que las palabras suenen como el aleteo de los insectos desorientados del verano.

Que suenen como olas absurdas de esos mares lejanos que deseamos con un deseo salvaje y primitivo.

Que suenen como el crocante despojo de las flores secas.

Que suenen como papeles amarillos que apretamos en el lugar del corazón…

Un susurro que hace que seas de pronto, parte de mí, parte de mi boca cercanamente lejos de tu oído, que seas parte de mi piel por un instante mínimo. Que nos reconozcamos. Vacíos de pronto. Vacíos. Lejanos. Y tan cerca como nunca volveremos a estar.

Después. Hay un después de haberte susurrado.

El abandono.

Me voy.

Llevo conmigo los susurros y tu asombro. Llevo los susurros a otro oído.

A otro desconocido que será el amor profundo por apenas una nada de tiempo…

Eso es susurrar poesía.

Eso es ser susurrador…

Una casi nada.

Una imposible magia que es posible cualquier tarde o noche… en cualquier calle y cualquier oído…