Alguna vez… ¿tenemos verdaderamente algo para decir? La página en blanco existe.

Escribe Adriana Petrigliano – PUENTE ALADO


Hace un tiempo, iniciando un hermoso Ciclo de Escritores que organizaba una librería de nuestra ciudad, tuve el raro privilegio de entrevistar a Liliana Heker. (Y digo “raro” porque ese es el adjetivo que mejor le cae a ese recuerdo , pero eso sería para otra nota a la que llamaría “los desaires de los que nos visitan y creen que nos colonizan”…)

Volviendo a la Heker, preparé la entrevista con una minuciosa búsqueda, no solo de sus textos, que admiro y releo siempre, sino, de sus declaraciones, reportajes, artículos, etc. y en muchos de ellos, aparecía la famosa “página en blanco”. Cuando en un momento de nuestra charla lo planteo…por unos segundos creí que estaba cometiendo alguna especie de herejía, por su reacción…desmedida (además de mal educada) sobre lo que ella consideraba “un mito, una mentira, algo así como una pose…”.

Pero la Página en blanco sí existe…y no es solamente literal.

Otro escritor que no recuerdo ya quién es, afirmaba que los escritores respondemos preguntas que nadie nos hace…y me encanta toda esa verdad que encierra esta afirmación.

Entonces vuelvo al título de esta nota…¿qué decimos cuando no tenemos nada para decir? Y le agrego ¿a quién creemos que le importa lo que decimos?

Quizá, en ese juego tan extraño como perverso de hablarle a un “lector”, creemos que es igual de importante para él como lo es para nosotros.

Hoy, no hace falta editar un libro para ser leído…y mediante las redes, todo el tiempo, todos, estamos escribiendo para un alguien que quizá nos dé la alegría de apretar el “me gusta” y ni qué decir si además, lo comenta…

La Página en blanco en forma de papelito suelto/la página en blanco de un cuaderno/de una libreta/del revés de un folleto/de una agenda/de un archivo prolijo y ordenado/de una pantalla…la página en blanco que espera volquemos en ella Qué?

Las historias dan vueltas en nuestra cabeza, aparece alguna frase, alguna palabra suelta. Un sonido, un olor, un destello…cualquier cosa puede provocar desde algún lugar profundo que desconocemos, que esa página en blanco comience a desaparecer.

La página en blanco que nos hace dudar (seré escritor? Lo escuché infinidad de veces de mis alumnos de taller), la página en blanco que parece nos muerde los talones, nos espía, nos acecha…y entonces aparece una palabra, una SOLA PALABRA que destraba todo. Que abre compuertas…

Hace unos años, muchos ya, sentí como una especie de vacío a la hora de escribir, porque ya “lo había dicho todo” según mi pobre criterio de aquellos tiempos. Mi hija mayor, me propuso un juego que repito casi a diario pero que por aquellos días no jugaba: elegir una palabra, cualquiera, al azar, y llenar esa página en blanco con ella…

Entonces escribí sobre MOÑOS…(palabra horrible si las hay!).

Esta palabra abarcó la página en blanco de aquellos días…y sirvió, para sacarme un poco el miedo …

MOÑOS

El primer moño verdadero es el ombligo y es el primero que nos hace mamá. (alguien lo corta pronto y lo convierte en un agujero inútil)

Se nos va la vida haciendo y deshaciendo moños, porque el tiempo debe ser usado:

Los moños en el pelo son indicios de mariposas.

Los moños en la ropa nos ajustan la verguenza al cuerpo.

Los moños en los paquetes de regalo, nos anticipan la alegría que alguien ató fuerte por nosotros porque nos quiere.

Los moños de los delantales de cocina abrazan a las mujeres mientras el rito del hambre se desordena sobre el fuego.

Los moños sobre las camisas de los hombres les ahorcan la libertad y los visten de señores de algo.

Los moños de los trajes de novia sostienen la virgen que se tambalea debajo de los tules y las enaguas, y otras veces, sostienen el recuerdo de todos los hombres que se llevaron esa misma virgen.

Los moños de los ramos de flores son los verdugos de la primavera.

Los moños de las mortajas son la pobre alegría de los muertitos, solo hasta que se deshacen con el tiempo.

Los ahorcados se llevan un moño grabado en el cuello y éste se deshace con ellos, pero es el moño que más duele.

Cuando las personas  se abrazan o se aman, Dios, desde arriba, sólo ve moños, por eso se confunde y siempre nos tiene atados a alguien.

 

La Rioja, 18 de noviembre de 2018