Como es de imaginar, el oficio de un diseñador/productor profesional requiere un alto grado de formación, conocimientos específicos, vocación y experiencia que va mucho más allá del ocasional rol de productores que muchas veces los artistas nos vemos obligados a desempeñar por falta de recursos, oportunidades o concretamente por falta de productores.

Escribe Camilo Matta – PUENTE ALADO


En esta sociedad de consumo y para nuestra vida cotidiana, casi todos los objetos que deseamos, adquirimos y usamos diariamente, fueron concebidos y fabricados sobre la base de un diseño, ya que hoy, como nunca antes, el diseño interviene en el formato y la originalidad de todos los bienes que consumimos, reciclamos y desechamos, casi sin excepción.

Ropa, calzado, electrodomésticos, automóviles, envases, muebles, edificios, parques y paseos públicos, por nombrar sólo algunos rubros, nacen hoy de un proyecto que el técnico, el arquitecto o el artista, aplicará a las ideas y objetos que luego se fabricarán en serie, para la venta y el consumo masivo.

Así mismo en el mundo de las realizaciones artísticas, el productor es el factor presente y necesario en todas las fases y etapas que van desde la idea original a la venta de un CD, a la edición y publicación de un libro o al estreno de una película en Netflix. De manera amplia y general podemos definir al Productor Artístico como el profesional que busca, toma y transforma una idea en un producto.

¿Por qué este paralelismo entre la producción industrial y la producción artística? ¿Cuál es el factor sustancial que las hace comparables? Sin lugar a dudas, el factor común es la tarea que realiza el que diseña y/o produce, o sea el que transforma un concepto o idea original en un producto mensurable, utilizable y vendible.

Como es de imaginar, el oficio de un diseñador/productor profesional requiere un alto grado de formación, conocimientos específicos, vocación y experiencia que va mucho más allá del ocasional rol de productores que muchas veces los artistas nos vemos obligados a desempeñar por falta de recursos, oportunidades o concretamente por falta de productores.

Quizá esta falta de productores haya motivado la recurrente oferta de programas, talleres y capacitadores de organismos oficiales, ONG, y privados que promueven la utilización de herramientas informáticas y el conocimiento de las facilidades de producción, para que los artistas seamos los productores de nuestras obras y emprendimientos.

Hasta aquí la de cal… lo positivo, ya que el conocer las viejas y nuevas técnicas de montaje, promoción, comercialización y venta de productos culturales siempre será enriquecedor y nos permitirá, llegado el caso, expresar nuestra visión y propósito sobre el acceso del público a nuestras obras de arte y así poder intercambiar con el Productor Artístico Profesional criterios estéticos y artísticos para el desarrollo de nuestro proyecto.

La de harina… es pretender que el uso de las redes sociales va a hacer del aficionado más o menos hábil, un experto en comunicación; o que el uso de una plaqueta o programa de sonido digital transformará a este aficionado en un productor discográfico.

Estas simplificaciones que la vida “light” nos propone, pretende instalar en la cabeza de las nuevas generaciones de artistas, que con un poco de práctica, lograremos superar y reemplazar con más maña que esfuerzo, a un Productor Artístico especializado en obtener el mayor grado de eficiencia y acierto posible para transformar y producir una idea o una obra de arte. 

En esta ecuación lo más medular e irremplazable, es lo que cada artista puede aportar de único y original. Así como el músico debe componer, el coreógrafo imaginar y el poeta soñar, el actor deberá desplegar su talento y personalidad en el escenario; para todo lo demás será necesaria la intervención de un Productor que llevará al público una propuesta artística y un bien de consumo cultural.

De no ser así, es probable que la programación de los medios de difusión se colme de envíos de radio y televisión producidos por los locutores o los teatros estrenen obras donde las escenografías y vestuarios estén diseñados y confeccionados por libretistas o dramaturgos; la verdad es que no me gustaría presenciar una ópera en el Teatro Colón a sabiendas de que la iluminación y el maquillaje de la obra, estuvo a cargo del director de la orquesta.

Para evitar estos y otros desmanes peores, propongo la creación en nuestra provincia de una Escuela de Producción Artística… pero esto será motivo de una próxima nota.