Preocuparnos por si estamos dejando registro o no sobre el presente podría sonar pretencioso e inútil en un mundo donde las noticias falsas, las distopías y la inteligencia artificial están copando la parada e intentando convencernos que ya todo da igual: la veracidad, la creatividad en la escritura, la deseabilidad de un mundo mejor, más humano, más reflexivo. Me pregunto si realmente estamos narrando nuestra época. Y si no lo estamos haciendo, quién lo hará.
Si la tarea de un periodista consiste, sobre todo, en ir, ver, volver y contar como dice Leila Guerriero en su libro Zona de obras, me pregunto hoy desde esta ciudad, La Rioja, cuántos de nosotros vamos, vemos, volvemos y contamos lo que contamos. Cómo lo hacemos y para qué lo hacemos. Me pregunto si realmente estamos narrando nuestra época. Y si no lo estamos haciendo, quién lo hará.
Este junio, en la semana de la comunicación y a 30 años de la creación de esta carrera en la Universidad Nacional de La Rioja, con la periodista Antonella Sánchez Maltese fuimos invitadas a dar una charla para estudiantes y coincidimos en algo que nos revolotea hace tiempo: quién está contando el presente, cómo y para qué. Entiendo que todos podemos dar cuenta a través de diferentes formas de expresión, pero quién, quiénes están escribiendo, literalmente digo, dejando en letra de molde, impresa en lo posible o de manera digital, hechos e interpretaciones que otros en el futuro puedan buscar para conocer, entender, confrontar.
Si como dice Roland Barthes, “la literatura es absoluta y categóricamente realista, ella es la realidad, o sea el resplandor mismo de lo real”, qué estamos escribiendo, qué estamos contando hoy. Si la literatura hace girar los saberes, qué y quiénes están contando la realidad que no sea a través de noticias que aparecen y desaparecen rápidamente sin análisis ni crítica. Y más que decir periodismo busca periodistas, tal vez sería más sensato preguntarnos qué periodismo busca qué periodistas. Y aquí amerita una breve disgregación autobiográfica: nací y crecí en la ciudad de La Rioja. Estudié comunicación social en Córdoba y en el 2001 con 26 años regresé a mi ciudad para trabajar como periodista. Al principio era más una ilusión, después se hizo realidad. Pero siempre tenía y tengo la sensación de estar dentro de una carrera de obstáculos. Corriendo contra la limitación (de recursos, de apoyo), recibiendo elogios o admiración de algún lector por decir algo de lo que no se suele hablar, los insostenibles saludos del poder político cada 7 de junio, y la sensación siempre in crescendo de que nada de lo que escriba será suficiente para entender el mundo. Y ya no el qué ni el para qué, era el cómo lo que me empezaba a perturbar. Escribir y publicar diariamente en un medio gráfico me impulsó a también querer escribir en un semanario, necesitaba tiempo para pensar. Pero aún haciéndolo me volvía a alterar, a sentir que necesitaba más tiempo para ir, ver, volver y contar. Y querer hacerlo incluso ante la precariedad laboral, las presiones del poder y la proximidad social y punzante de vivir a pleno el refrán de pueblo chico.
Qué sabríamos de nuestro pasado lejano y no tanto si no hubiera existido un Joaquín Víctor González, un Angel María Vargas, un Ricardo Mercado Luna, un Daniel Moyano, un David Gatica, un Tito y un Mario Paoletti, un Yiyi Alfieri, un Enrique Angelelli, un Ariel Ferraro, un Eloy López, un Ramón Navarro, entre tantos otros que a través de ensayos, crónicas, poemas, cuentos, novelas, música, posaron la mirada para iluminar, opacar, tamizar, develar aquello que pasa desapercibido. Como dice el periodista mexicano Juan Villoro y la propia Guerriero, el periodismo narrativo o periodismo literario encuentra en la novela, el cuento, el teatro, la poesía, el ensayo, un catálogo de influencias que pueden extenderse y precisarse hasta competir con el infinito: cómic, foto, cine. Pero claro, advertirá Villoro, que usado en exceso cualquiera de esos recursos será letal. La crónica es un animal cuyoequilibrio biológico depende de no ser como todos esos animales distintos que podría ser.
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Históricamente la crónica narrativa, como género híbrido entre la información y la literatura, se consolidó a finales del siglo XIX y principios del XX, por su capacidad para combinar la objetividad de los hechos con la subjetividad de la experiencia personal del cronista. En Latinoamérica, hace más de veinte años que viene creciendo sin prisa pero sin pausa. Martín Caparrós, Leila Guerriero y Josefina Licitra son parte de los referentes tal vez más frecuentados hoy junto al chileno Cristián Alarcón, que hace años vive y escribe en Argentina y dirige Anfibia, uno de los medios universitarios que da cuenta y promueve este género en la universidad San Martín. Hay además otro puñado de periodistas y escritores, inseparables ya de este oficio y sobre todo del periodismo narrativo, que son leídos y citados prácticamente en cualquier espacio donde esta forma de contar genera entusiasmo. Ellos no fueron los primeros, esperemos que no sean los últimos.
“La primera noticia sobre los fusilamientos clandestinos de junio de 1956 me llegó en forma casual, a fines de ese año, en un café de La Plata donde se jugaba al ajedrez”, comienza la crónica emblemática donde Rodolfo Walsh denuncia el fusilamiento de un grupo de civiles que fueron detenidos por la policía de la provincia de Buenos Aires, sospechados de haber participado en la sublevación militar del general Valle en 1956. “Tampoco olvido que pegado a la persiana, oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo “Viva la patria”, sino que dijo: “No me dejen solo, hijos de puta”, escribió en otro pasaje de Operación masacre.
“Después no quiero recordar más, ni la voz del locutor en la madrugada anunciando que dieciocho civiles han sido ejecutados en Lanús, ni la ola de sangre que anega al país hasta la muerte de Valle. Tengo demasiado para una sola noche. Valle no me interesa. Perón no me interesa, la revolución no me interesa ¿Puedo volver al ajedrez? Puedo. Al ajedrez y a la literatura fantástica que leo, a los cuentos policiales que escribo, a la novela “seria” que planeo para dentro de algunos años y a otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, aunque no es periodismo. La violencia me ha salpicado las paredes, en las ventanas hay agujeros de balas, he visto un coche agujereado y adentro un hombre con los sesos al aire, pero es solamente el azar lo que me ha puesto eso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien kilómetros, pudo ocurrir cuando yo no estaba. Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice: “Hay un fusilado que vive”.
Ese hombre es Juan Carlos Livraga. Luego de encontrarse con él, Walsh comenzó a rastrear y a encontrar a dos, a tres, a cuatro, a siete sobrevivientes del fusilamiento en el basural de la localidad de José León Suarez. Quien para ese entonces era un periodista cultural, traductor de inglés y escritor de cuentos policiales, decide contar esta historia de otra manera e inaugura lo que luego se comenzó a llamar literatura de no ficción o periodismo narrativo. Y sobre esto Leila Guerriero escribe con elocuencia cuando dice “el periodismo narrativo tiene sus reglas y la principal, perogrullo dixit, es que se trata de periodismo. Es un oficio modesto, hecho por seres lo suficientemente humildes como para saber que nunca podrán entender el mundo, lo suficientemente tozudos como para insistir en sus intentos y lo suficientemente soberbios como para creer que esos intentos les interesará a todos”.
Ella misma en La voz de los huesos, escribe sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense que, por su forma de narrarlo, me permitió tomar real dimensión del trabajo y aporte de este grupo de investigadores. Sus hallazgos le devolvieron la voz y el cuerpo a miles de personas que fueron enterradas como NN en cementerios y tumbas clandestinas durante la última dictadura militar argentina. La crónica de Guerriero fue premiada en 2010 por la Fundación Nuevo Periodismo Gabriel García Marquez. Muestra como pocas o ninguna el exquisito e inquietante trabajo de estos científicos rigurosos y bohemios:
“Una puerta se abre como un suspiro, se cierra como una pluma. Mercedes Salado deja una caja liviana -que reza Frutas y Hortalizas- sobre un escritorio. Después dice buendía y enciende el primero de la hora. Es española, es bióloga, trabajó en Guatemala desde 1995, forma parte del equipo desde 1997 y durante mucho tiempo sus padres, dos jubilados que viven en Madrid, creyeron que el oficio de la hija no era un oficio honesto. Un día me llaman y me preguntan: Oye, Mercedes, lo que tú haces… ¿es legal?”
Es que Guerriero al igual que el periodista Tomás Eloy Martínez abordan el periodismo “como un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida digna y menos injusta”.
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Mientras pienso que el periodismo en general, pero sobre todo el periodismo en La Rioja busca periodistas, quienes además somos lectores, también lo buscamos. Es muy poco frecuente encontrar periodistas que se aparten de las noticias diarias -gacetilla oficial mediante- que repiten obscenamente iguales casi todos los medios de comunicación.
Cómo ironizar sobre el presente de los trabajadores públicos riojanos, por ejemplo, si no leyéramos la crónica que el escritor Daniel Moyano escribió en 1972 cuando era corresponsal del diario Clarín y antes de partir al exilio cuatro años después. El escritor cordobés Diego Vigna, en su libro “Los desvalidos”, redescubre el rol periodístico de Moyano que se dedicó a mirar en profundidad La Rioja en los casi veinte años que vivió allí. Describe una protesta de empleados públicos con algunos pasajes provocadores. La titula “El eterno personaje de Gogol” creando una analogía con el protagonista de “El Capote”, el cuento de Nikolái Gógol en el que narra la historia de un funcionario de San Petersburgo que trabaja en los escalafones más bajos de la administración rusa. En este artículo pone el foco en las contradicciones y vicios del aparato burocrático:
“El 10 por ciento de la población de la capital de La Rioja está constituido por burócratas. Este eterno personaje, que como protagonista de El Capote de Gogol, se convierte en medida de la humanidad, es en La Rioja tan pobre como Akaki y Akakievich, que al ser bautizado “lloraba como si presintiese que había de ser consejero titular”, es decir copista, según la escala burocrática en que lo ubica el autor.
En esta ciudad, nuestro personaje pertenece a una familia que no pudo costearle sus estudios (hay que hacerlo fuera de la provincia) y que después de diversos intentos en comercios o industrias casi inexistentes, termina en la administración pública, donde encuentra un pequeño orden y un pequeño sueldo. Atraído por sus propias raíces , no ha querido abandonar su tierra como lo hacen otros, y este sentimiento lo arrinconará para siempre detrás de un escritorio”.
Allí pasarán por sus manos millones de papeles, generalmente inútiles, y aprenderá a decir, dulce y cordialmente: “¿no puede darse una vueltita la otra semana?”. Con este aprendizaje y algunos fallidos intentos comerciales e industriales obtiene su definitiva ciudadanía de burócrata.
Hacia el final de esta columna Moyano retoma el personaje de Gogol, recordando que se privaba de comer para luego comprar un abrigo que luego le robaban. “Un personaje que muere sin que nadie se entere”.
En tren de mostrar qué se contaba a nivel local, también Mario Paoletti, escritor por elección y periodista por necesidad, en su libro Chesche, recuerdos de provincia, aparece como testigo y protagonista del acontecer riojano del siglo pasado. Desde España escribe:
El diario El Independiente tenía un manual de estilo no escrito que todos nos sabíamos de memoria. Y el primer punto de ese manual decía que ninguna “noticia” podía ser publicada sin estar previamente constatada (y de ser posible, por dos fuentes distintas). Esto le cerraba el camino al rumor, que era el verdadero cáncer de la información poco exigente o francamente manipuladora. A veces no era posible revelar la fuente porque podría poner en riesgo la seguridad del informador, pero en ese caso extremo era imprescindible estar convencido que la información era veraz. No sólo seguíamos al pie de la letra esta norma sino además, la solíamos someter a prueba de vez en cuando. Una vez soltamos, a las 11 de la mañana, un rumor en la confitería Don Carlos (justo enfrente de la casa de gobierno) y nos sentamos a esperar, reloj en mano, que llegase de regreso a la redacción. Tardó poco más de veinte minutos. En ese tiempo el rumor había tenido tiempo de crecer y automodificarse hasta el punto de ser apenas reconocible. El Independiente también tenía otras normas. Por ejemplo, sólo publicaba editoriales cuando algún hecho excepcional lo exigía. La propuesta, como tantas otras, fue de Tito Paoletti, principal fundador del diario.
En ese mismo libro Mario Paoletti dice: “El Independiente fue mi casa durante aquellos años. Yo creí que estaba formando una familia y comenzando una obra literaria, pero ahora veo que aquel diario ocupó la totalidad de mis fuerzas y de mis capacidades. Para bien y para mal. Me dio todas las herramientas que he utilizado luego en la vida y me inyectó algunos temores que durante muchos años dominaron mis noches”. Paoletti fue autor de novelas, ensayos y poemas que dan cuenta también de sus años de preso político en los ´70 y ´80.
El periodismo en La Rioja pagó muy caro su valentía. El Independiente de la pluma de oro nació en 1959 y subsiste hasta hoy como diario digital, aunque sin la agudeza y el calado que supo hacerlo diferente, entre otros gravitantes aspectos que lo despegan lamentablemente de sus orígenes. Los periodistas que escribieron hasta 1976, entre los que estuvo también Daniel Moyano, fueron encarcelados o expulsados del país. En unos de sus libros Paoletti recuerda que la relación entre el diario y su pueblo fue un romance que duró 17 años.
La orfandad de los lectores aún en democracia era evidente. También de quienes decidimos abrazar este oficio. Si bien pude conversar a la distancia con Paoletti y Yiyi Alfieri -también periodista del mismo diario desde sus comienzos- y con ellos reflexionar sobre las prácticas del periodismo y sus paradojas, no dejo de pensar en la interrupción obligada de la escritura en sus vidas. Cuando la retomaron, ya en el exilio o lejos de la provincia, ambos dejaron varios libros que hoy nos permiten conocer La Rioja de esa época. Ellos ya no están, sus escritos sí.
Preocuparnos por si estamos o no dejando registro sobre el presente podría sonar pretencioso e inútil en un mundo donde las noticias falsas, las distopías y la inteligencia artificial están copando la parada e intentando convencernos que ya todo da igual: la veracidad, la creatividad en la escritura, la deseabilidad de un mundo mejor, más humano, más reflexivo.
Y la mirada, qué duda cabe, hace la diferencia. Martín Caparrós decide recorrer gran parte de la Argentina y escribe el libro El Interior, donde dedica un capítulo a La Rioja y describe Anillaco, Aimogasta y Chilecito. Sobre los pagos del único presidente riojano que tuvo el país, dice: “El lugar es precioso: la costa riojana es una franja de cien kilómetros de largo y dos o tres de ancho de tierra más o menos fértil, regada con canales y acequias al pie de la montaña; del otro lado está el desierto. El sitio es tan bonito, el pueblo es la desesperación”.
Hace doce años -dice en otro tramo Caparrós- “la primera vez que estuve aquí, escribí que entendía por fin el fenómeno Menem: que entendía que un hombre era capaz de hacer cualquier cosa con tal de salir de ese lugar. Entonces yo era un poco extranjero todavía; ahora sé que la Argentina está llena de pueblos así, y no producen lo que produjo éste”.
En Textos nómades. Narrativas digitales de un periodismo sin patrón, la universidad de Quilmes editó en 2022 una compilación que mapea el recorrido de la no ficción en los nuevos escenarios virtuales de difusión informativa en diferentes provincias argentinas. Aquí escribió Antonella Sánchez Maltese sobre el primer caso de femicidio infantil en La Rioja: “La Sabi no va a venir a la Copa, porque se la robaron”, dijo inocentemente Juancito, uno de los 6 hermanxs que tenía Sabina Condorí Garnica, como queriendo caer en la cuenta de que su hermana mayor no volvería a llevarlo al merendero del barrio nunca más. Tenía 11 años. Mientras una de sus hermanas cocinaba, Sabina salió para el almacén a comprar ají locoto, con el que le gustaba comer la mayoría de las comidas. Llegó, compró su ají y una gaseosa chiquita. Cuando volvía a casa la interceptó el horror.
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Qué periodismo y qué periodistas tengo en mente para tener el tupé de insistir con “Periodismo busca periodistas”. Lo pienso de manera constante desde hace mucho. Pero fue en 2019 que una idea nació y se esfumó casi al mismo tiempo. Tenía muchas ganas de continuar escribiendo pero con mayor profundidad y con todas las dudas existenciales que este oficio me genera. También tenía ganas de editar a otros, a otras. Y percibía que nadie lo estaba haciendo. Entonces hice una convocatoria por redes sociales, destinada a diferentes edades pero ilusionada que fueran sobre todo jóvenes, para generar un espacio de escritura, reflexión y edición. Flasheaba que en La Rioja había gente, escondida tal vez, que quería escribir desde el periodismo narrativo pero no encontraba dónde. El resultado de la convocatoria fue un fracaso. Y las causas, que tampoco analicé en profundidad, inciertas. Aunque había dos que intuía: la falta de lectura como una actividad inherente al escribir, y la complejidad de narrar el presente con otras miradas.
Es frecuente escuchar a colegas que dan clases en la universidad, sobre todo en carreras vinculadas a la comunicación, a la publicidad, al periodismo y a las letras, preocupados porque la lectura no es una acción, un norte o un faro que la mayoría de los estudiantes abracen con ansias. Tampoco todos los docentes.
Simultáneamente, escritores y escritoras de cuentos, novelas y poesía, aparecen de manera constante en esta ciudad de menos de 300 mil habitantes. De todas las edades y estilos, influenciados también por espacios de taller dentro y fuera de la provincia. Cecilia Pagani en sus novelas y cuentos nos habla de la desigualdad, de la corrupción judicial, de la hipocresía social. Desde La Rioja cuenta lo que nos rodea. Florencia Agüero con su poesía a través de las redes y su primer libro La vida es una camorra habla del barrio, de la furia, del amor en los detalles, de seres difusos, delicados y monstruosos que habitan en estas tierras, en nuestras cabezas y almas.
Y pienso y me sigo preguntando: ¿quiénes están escribiendo desde el periodismo narrativo otros temas? ¿Cuáles? ¿Alguien está escribiendo sobre la escasez y la mezquindad en la distribución del agua. Sobre el médico ginecólogo que abusó de sus pacientes durante más de treinta años de carrera en el ámbito público y privado. Sobre el nepotismo en el Estado. Sobre las infancias con dificultades para aprender a leer y escribir, mientras parte de la docencia parece más enfocada en una salida laboral segura. Sobre la jueza acusada por coima que al mismo tiempo sabe mucho sobre el deteriorado funcionamiento del poder judicial. Sobre los incendios “accidentales” de los bosques nativos. Sobre los altos costos de morirse en una provincia y país donde el negocio fúnebre es casi monopólico. Sobre la tortura en las cárceles. Sobre los jóvenes hostigados por vivir en un barrio lejos del centro, por “portación de cara”, por fumar un porro?
Sobre el oficio del periodismo, Guerriero dice que ella pregunta, incansablemente y a pesar de todo. “Y lo hago porque de eso vivo -de preguntar para contar historias -y porque esa es la vida que quiero tener. Con todos y cada uno de sus muchos, muchísimos daños colaterales”.
“Para escribir hay que leer”, dijo Gabriel García Marquez sobre el oficio de escribir. Y para leer alguien tiene que haber escrito. Mientras el periodismo busca periodistas, desde La Rioja con la bandera de la crónica en el puño, intentemos detener la mirada, andar más pausado, leer y si todo sale más o menos bien, escribir. Escribir para que alguien, ahora y después pueda conocer el resultado de ir, ver, volver y contar. Contar para otros, para los que están y para los que vendrán.