Día del padre…y la literatura que está hecha de eso que somos/de eso que sentimos/de eso que nos duele/nos goza/nos nombra y nos define…

Alguna vez alguien me preguntó: ¿y de qué escribe la gente que escribe? Y yo sólo pude decirle: de lo que duele…

Escribe Adriana Petrigliano – PUENTE ALADO


Este cuento es para mi papá, y para todos los papás que se empecinan en irse. Pero también para los que están…y hacen que todo sea hermoso.

 

UN MOMENTO

Sintió que las palabras carecían de sentido. Hasta podría afirmar que no dejaban ningún sonido al ser soltadas al aire. Como espesas tiras de papel, pero de voces, pensó.

Después sintió que el amor más dichoso estaba unido al dolor más transparente y eran un solo sentimiento. Que lastimaba, pero que no dejaría escapar.

Ese. Ese era el momento en que las cosas no tenían sentido y sin embargo, eran el sentido más absoluto de la vida.

Supo que el dolor es el amor y viceversa, y jamás, nada, los podría separar.

En un momento creyó que si lo hubiera querido menos, no le dolería tanto. Pero desechó esa idea instantáneamente.

Entonces apareció un deseo absurdo, infantil. Y quiso mecerlo.

Tomó con cuidado su cabeza y se maravilló de la suavidad y la ternura con que lo hizo.

Sabía que el tiempo se estaba acabando irremediablemente.

Jamás volvería a ser nada como antes.

Jamás repetiría este abrazo solitario.

Lo acunó y entonces  regresó la ternura ante el cuerpo desnudo, tibio, que se mostraba en la entrega más absoluta.

Lo apretó contra su cuerpo y lo besó y regresaron las palabras de otros a sonar como espesas tiras de papel. Peor, sentía que crujían y raspaban.

Alguien dijo que había que vestirlo y se dio cuenta que jamás había vestido a su papá, que ahora estaba allí, tan muerto, tan nueva su mansedumbre.

Alguien, tan suavemente como pudo, le pidió que se  apartara, y alguien más comenzó a vestir a ese anciano que tan pequeño parecía.

Después, todo fue muy rápido.

Aparecieron, junto con la ropa, los recuerdos, y entonces, la camisa del casamiento de algún nieto y la corbata infaltable de todas las ocasiones importantes, y el cinturón… y el cuerpo tenía la forma de ese abuelo que estaba en todas las fotografías, y sin embargo ya no estaba.

Todo lo que vino después ocurrió lentamente y las horas, las de luz y las de sombra, parecían desteñirse sobre ella.

Algo se había roto.

Se desmoronaba desde una altura que no conocía y en pequeños y fugaces momentos, se rompía la vida.

Ya nada volvió a ser igual.

A veces llegan sabores, silbidos, viejas canciones, desde el aire de la tarde… y nada puede hacer para aliviar la angustia.

Y vuelven las palabras a ser espesas tiras de papel que arden en su garganta..

La muerte acecha desde el comienzo y sin embargo, cuando llega, su silencio infinito nos confunde.

Desde todas las fotografías, él sonríe. Porque era bueno. Y alegre.

Y sólo entonces se disuelven las palabras ásperas y se convierten en una nostalgia amarilla y suave, que cae sin sonido alguno.

 

La Rioja, 16 de junio de 2019