Yo, cronista: ingreso al teatro con mi entrada de «Muero, luego existo» en la mano. A medida que avanza la obra dirigida por la actriz y directora riojana Claudia Lacasa, el “yo, cronista” desaparece y toma su lugar el “yo, espectador”.


Yo, cronista: ingreso al Teatro de la Ciudad con mi entrada en la mano. La misma dice lo siguiente: «Muero, luego existo», Teatro Estable Municipal, Dirección General: Claudia Lacasa. Yo, cronista, que hace meses no visito un teatro, ni siquiera un cine, por más estrictos que sean los protocolos por la pandemia. Yo, cronista: me siento en la butaca número 8, en la fila número 3. Estoy en el medio de la fila, ubicado justo frente al escenario donde nada ni nadie estorba mi vista. Yo, cronista: tengo una visión limpia del panorama y enumero lo que hay en el centro de la escena: un consultorio médico, una mesa, dos sillas, una calavera, el póster de una enfermera que hace “Shhh!”. Yo, cronista: intento repasar ahora los datos duros: que es una noche de sábado, 4 de septiembre, que la obra que voy a ver a continuación se enmarca en una serie de numerosas presentaciones que llevará a cabo la Municipalidad de La Rioja a través de la Subsecretaría de Cultura. Yo, cronista: observo que las luces se apagan lentamente. 

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Hay un hombre derruido -el actor Leonardo Paredes- sobre una de las sillas del consultorio: es Zoilo, el donador de sangre. Luego, el sonido de unos zapatos anuncian la entrada de una mujer vestida de enfermera -la actriz Gabriela Peña-. Entonces yo, cronista, que fui a cubrir la obra, empiezo a desaparecer paulatinamente. En su lugar, el Yo, espectador -ese que hace meses no pisa un cine ni un teatro- se deja llevar por lo que transcurre en el escenario. 

Leonardo Paredes junto a Gabriela Peña dan vida a los personajes de la obra. Foto: Subsecretaría de Cultura municipal

 

Los diálogos entre la enfermera y el donador de sangre avanzan por una delgada línea entre lo irrisorio y lo sórdido. Las palabras van encontrando lugar en cada escena, los espectadores apenas se ríen. De pronto, una primera risa se escucha cerca. Y luego otra, y después otra. Cada tanto, como una ola que vuelve furiosa a la orilla, una carcajada desencajada irrumpe en la sala “César Torres”. Los espectadores ya atravesamos el círculo de fuego.

Al escenario se suma el actor Gabriel Rodaro para interpretar al doctor en «Muero, luego existo», la obra del dramaturgo chileno Jorge Díaz (1930-2007). Los actores con sus respectivos personajes -Zoilo, la enfermera y el doctor- resuelven la trama bajo la mirada atenta de su directora, la también actriz riojana Claudia Lacasa, quien observa desde el fondo de la sala cómo aquellos personajes ajenos se vuelven propios a los ojos de quienes los miren. 

En escena, Leonardo Paredes, Gabriela Peña y Gabriel Rodaro. Foto: Subsecretaría de Cultura municipal

Lacasa sabe cómo hacerlo: no fue en vano su recorrido por el Instituto Nacional de Arte Dramático en Buenos Aires, ni en la Comedia Provincial de La Rioja. La directora y actriz tiene un ojo clínico para adaptar obras e imprimir en cada gesto de los actores un sello propio, un sello riojano. 

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Los espectadores nos reímos ante lo absurdo de las situaciones que suceden en la obra: el chiste liviano fácilmente se olvida; en cambio el humor inteligente hace que nos preguntemos en medio de una carcajada por qué nos estamos riendo de lo que nos estamos riendo: un hombre derrotado por la pobreza que está dispuesto a entregar no solo su sangre a cambio de un poco de dignidad.

Claudia Lacasa, directora de «Muero, luego existo» junto al elenco. Foto: Subsecretaría de Cultura municipal

Yo, espectador: pareciera que no tengo mucho más que hacer que pensar en aquella noche en el teatro, en aquel trío de actores, en el público en general que abandona sus butacas para dejar lugar a un silencio sepulcral para volver a fingir que no somos como Zoilo, aquel donador de sangre desgraciado, ni como aquella enfermera metiche, ni como aquel doctor inescrupuloso. Yo, cronista, vuelvo a esa noche fresca de principios de septiembre y pienso en la máscara que me puse al cruzar el umbral de la puerta del Teatro de la Ciudad. 

No. 

Actuar y fingir no son lo mismo. 

Los actores lo saben muy bien. 

Lacasa lo entiende a la perfección. 

Yo, cronista, no. Por eso escribo esta nota.