Historias extraordinarias en pantallas ordinarias

El estreno de la nueva película de Tarantino y el poco espacio que ocupa en salas de la ciudad, me hace pensar nuevamente en la escasa variedad de cine que se presenta en las carteleras riojanas, y qué alternativas quedan ante eso.

En la ciudad hay pocas pantallas con programación constante: dos complejos estrictamente comerciales, y el Espacio INCAA dedicado casi exclusivamente al cine nacional. Las salas dominantes tienden a proponer una cartelera idéntica, privilegiando siempre grandes estrenos, a veces con una ocupación obscena en pantallas y horarios (Avengers Endgame, Toy Story y La Odisea de los giles, son algunos de los ejemplos más recientes), esto siempre en perjuicio de la diversidad.

Por su parte, el Espacio 73 es una excepción (parcial) a esta regla: su programación se sitúa por fuera del mainstream internacional, y se ocupa de películas argentinas que no han encontrado espacio para su estreno. Si bien eso es un aporte a la variedad, también hay que decir que la sala INCAA jamás prescinde de los grandes tanques argentinos (“El cuento de las comadrejas”, “4×4” o “El Ángel”) que, para el momento de su proyección en la sala única de la calle Catamarca, ya fueron agotadas en los complejos comerciales y terminan por restar funciones a películas más pequeñas que se quedan sin la posibilidad de estrenar en la provincia.

De este modo se nos priva de ver muchos de los grandes films argentinos contemporáneos. Sólo por nombrar algunas: “Mauro”, “El Silencio es un cuerpo que cae” y las “Hijas del Fuego”, nunca se estrenaron en la provincia. Pero hay que ser justos y reconocer que “el Espacio” cuenta con una sola pantalla, y aun así es la única sala que se esmera por difundir una mayor variedad de cine, aunque sólo se trate de películas vernáculas.

Justo es decir que los programadores del Espacio han tenido la audacia de sostener en cartelera grandes películas («Muere, Monstruo, muere» o “Zama”) que no tuvieron respuesta del público en su primera semana, pero que aun así se conservaron en pantalla intentando captar una mayor cantidad de espectadores. Sostener esas películas no es un acto menor, porque cada film tiene solo cuatro proyecciones por semana (que generalmente se transforman en las únicas funciones durante el año) y esto, claramente, se traduce en muy pocas posibilidades de ver una película. Es muy probable que, justamente esa falta de opciones, sea una de las causas de la poca demanda para este tipo de films. Aun así, es necesario al menos intentar conectar a esa variedad de cine con su público real y potencial, y continuar con un trabajo de formación de espectadores para un consumo más diverso.

Sería irrespetuoso no hablar del circuito alternativo, que es reducido pero hace grandes esfuerzos por rescatar películas que quedaron fuera de las pantallas hace poco o hace mucho tiempo. Pero, antes de empezar, la batalla ya es despareja: los cineclubes (por llamarlos de algún modo) no cuentan con espacios físicos ni aparatos óptimos para proyecciones, tampoco con una difusión importante, y así se hace complicado que puedan afianzarse y lograr contener al público que busca propuestas diferentes. Aun con todas sus complicaciones, creo que es el segmento que mayores esfuerzos hace por difundir un cine que queda fuera de los grandes complejos, reunirse, conversar y pensar las películas que se proyectan.

Entonces la experiencia de compartir una película queda reducida al cine nacional, a los grandes tanques de las distribuidoras poderosas o las pocas funciones que puedan presentar los espacios alternativos dentro de sus posibilidades físicas y técnicas (esta última opción quizá sea la más conveniente)

Pero… ¿y si queremos algo más? ¿Qué nos queda? ¿A dónde vamos? O ¿cómo podemos descubrir un cine más allá de las pantallas gigantes de las salas infectadas de películas taquilleras (las buenas y las malas)? La respuesta es tan sencilla y evidente como inmediata: Internet es el refugio del cinéfilo.

Pero no todos son lo suficientemente curiosos para investigar cómo conseguir películas y terminan cautivos de los catálogos de los servicios on demand y ahí es donde Netflix reina. A primera vista Netflix no nos ofrece demasiado, pero buceando en su catálogo se puede encontrar una cantidad interesante de películas que puedan llenar nuestras expectativas, aunque  el servicio de streaming de la “N” se dedica más bien a las series hay otras plataformas accesibles con una oferta totalmente distinta a la del VOD mas popular.

Hace un par de meses Lucas Asmar Moreno escribía una nota donde exploraba lo que para él era un problema: “La triste paradoja de Mubi y QubiTV» titulaba el artículo, donde trataba de descubrir porque Netflix se posiciona muy por encima de estas plataformas que ofrecen una mayor variedad de cine. En su escrito concluía que el problema radica justamente en la oferta de los servicios, ya que (siempre según la visión de  Moreno) Netflix contiene un cine más fácil de ver en espacios invadidos por factores externos (ruidos, luces, voces y todo a lo que a uno se somete al consumir cine en su hogar), mientras que Qubittv y Mubi ofrecen películas que requieren una mayor atención, y por tanto son más complejas de disfrutar en casa. Terminaba diciendo que las plataformas que tratan de captar la atención de los cinéfilo deberían empezar por contar en sus catálogos con autores más “fáciles de ver” (Tarantino, Cuarón), y partiendo de allí captar una mayor cantidad de espectadores.

Casi un mes después de la nota de Moreno se publicaba un tweet con un enlace de descarga para  «La Flor», la aclamada última película de Mariano Llinás que no tuvo estreno en salas comerciales, y solo circuló por festivales y algún que otro espacio selecto. Fue (supuestamente) el propio Llinás desde la cuenta de «El Pampero cine», quien le solicitó a la persona que compartía ese archivo que lo borrara, esgrimiendo que tanto él como su equipo de producción defendían el visionado de la película en pantalla gigante, en una sala de cine.

Tras una pequeña discusión pública, el «pirata» comprendió los argumentos de “El pampero Cine” y borró el tweet donde compartía el enlace (aunque no hizo desaparecer la copia del servidor donde está subida). La discusión pública género algunos ecos en el micro mundo twittero del cine argentino, donde la mayoría de las posturas eran favorables al argumento de Llinás y creo que en igualdad de condiciones todos estaríamos en esa vereda. Pero para todo aquel que viva por fuera de las grandes ciudades la realidad es otra, y hay pocas opciones de ver películas que no tienen estreno en salas comerciales. Ahí es donde internet y nuestro living se convierten en ese refugio tan preciado.

Tanto Moreno criticando a las plataformas (legales) que nos ofrecen a muchos la posibilidad de tener un cine diferente y variado en nuestro control remoto, con el  argumento que no es lo mismo ver esas películas en casa que verlas en una sala de cine (ojala algún día sea posible), como Llinás pretendiendo que su película sea vista solo en salas, parecen no entender la situación de la distribución fuera de las grandes ciudades.

La mayoría de las películas de autor o de cine independiente no llegan a la salas de La Rioja, incluso un cine con potencial para acumular espectadores como “Erase una vez en… Hollywood” (film que motivó esta columna) con protagónicos de Brad Pit y Di Caprio, tienen escasas funciones (1) con sonido original.

Ante todo eso es obvio que no podemos dejar de participar de las funciones en sala, y que sería óptimo crear espacios de discusión de cine de formación crítica y cinéfila. Mientras tanto (contradiciendo a Moreno) nuestro refugio será el living de casa, la mejor pantalla y los mejores parlantes que podamos pagar, algún VOD dedicado a la cinefilia y los siempre queridos torrents, responsables de la formación cinéfila de muchos de nosotros.-