Podemos hablar de Literatura en Enero? Cuando la temperatura media por esta “aldea” al decir de un amigo columnista, es mínimo de 40º?


Cuando a lo lejos se escucha gente chapotear en las piletas , coyoyos o motores de aires acondicionados a punto de explotar?

Ni qué decir de las chayas lejanas que llegan y llegan y siguen llegando…

No.

No podemos hacer otra cosa que esto que vamos a  hacer.

Darte literatura.

Bueno, tampoco es tan literal. Te vamos a dejar una lista de eso que en Literatura, no te podés perder.

Ni siquiera en enero, con 45º a la sombra.

Porque son esos IMPERDIBLES.

Mis amigos y mis alumnos de taller, tal vez ya sepan de memoria esta lista que les voy a dejar, pero la verdad, no podés dejar de leerlos…

Todo sale con un pequeño fragmento, para que la tentación sea mayor…

1-MATAR A UN NIÑO (cuento)/Stig Dagerman

Es un día suave y el sol está oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los tres pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo, abrochándose la blusa. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día, en el tercer pueblo, un hombre feliz matará a un niño. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy darán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina y, sin embargo, el hombre que matará al niño está al lado del surtidor rojo de gasolina, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira por el visor de una máquina de fotos y ve un pequeño coche azul y, a su lado, a una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor de gasolina ajusta la tapa del depósito y les asegura que tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el coche y el hombre que matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, la muchacha, en el asiento delantero, oye lo que él dice; cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el automóvil se detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y goza del brillo y del olor a gasolina y a ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el coche y el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.

2-HOY TEMPRANO(cuento)/Pedro Mairal

Salimos temprano. Papá tiene un Peugeot 404 bordó, recién comprado. Yo me trepo a la luneta trasera y me acuesto ahí a lo largo. Voy cómodo. Me gusta quedarme contra el vidrio de atrás porque puedo dormir. Siempre estoy contento de ir a pasar el fin de semana a la quinta, porque en el departamento del centro, durante la semana, lo único que hago es patear una pelota de tenis en el patio del pozo de aire y luz que está sobre el garaje, un patio entre cuatro paredes medianeras altísimas y sucias por el hollín de los incineradores. Si miro para arriba, en ese patio parece que estuviera adentro de una chimenea; si grito, el grito apenas sube pero no llega hasta el cuadrado de cielo. El viaje a la quinta me saca de ese pozo.

3-LA MADRE DE TODAS LAS DESGRACIAS(cuento)/ Hernán Casciari

Los que vivimos tan lejos, con un Atlántico en el medio, tenemos un tema tabú. Sabemos (nos aterra saberlo) que alguna vez tendremos que sacar un v pasaje urgente,iajar doce horas en avión con los ojos desencajados, para asistir al entierro de uno de nuestros padres, que ha muerto sin nuestra cercanía. Es un asunto horrible que ocurre tarde o temprano, por ley natural. No es una posibilidad, es una verdad trágica que nos acecha cada vez que suena el teléfono de madrugada. Pues bien. Mi teléfono ha sonado.

—Tenés que venir —dijo mi madre, con la voz apagada de dolor, el jueves por la madrugada.

—¿Qué pasa?

—Papá se muere…

—¿Estás segura? —pregunté sin necesidad.

—Te estoy diciendo que se muere —se ofendió—. Él todavía no sabe.

—No le digas —aconsejé—, no hagas como siempre.

—No sé qué hacer, Hernán —me dijo llorando—, tenés que venir.

—¿Pudiste ver cómo se muere, cuándo?

—Accidente de tráfico, mañana viernes —me dijo con precisión milimétrica, y repitió— Tenés que venir.

4-BASURA PARA LAS GALLINAS/(cuento) Claudia Piñeiro

Ella se dispone a atar la bolsa de plástico negro. Tira de las puntas para hacer el nudo pero resultan cortas porque la llenó demasiado, ya ni sabe cuánto tiró dentro para llenarla, todo lo que encontró dando vueltas por la casa.

 Levanta la bolsa en el aire desde sus bordes y la mueve arriba y abajo con golpes cortos y secos para que el peso de la basura comprima el contenido y libere más espacio para el nudo.

 La ata dos veces, dos nudos.

 Comprueba que el lazo haya quedado firme tirando del plástico hacia los costados. El nudo se aprieta pero no se deshace.

 Deja la bolsa a un lado y se lava las manos.

 Abre la canilla, deja correr el agua mientras carga sus manos con detergente.

 Cuando era chica, en su casa, no había detergente, cuando había usaban jabón blanco, ella ahora tiene, se trae del que compran por bidones en el trabajo.

 Carga una botella verde vacía de gaseosa y la mete en su mochila

 Tampoco había bolsas de plástico, su abuela metía en un balde todos los restos que podían servir para abonar la tierra o para alimentar las gallinas, y lo que no lo quemaba detrás del alambre, sobre el camino de tierra.

 Al balde iban las cáscaras de papas, los centros de las manzanas, la lechuga podrida, los tomates pasados de maduros, las cáscaras de huevo, la yerba lavada, las tripas de los pollos, su corazón, la grasa.

5-LA LEY DE LA FEROCIDAD (novela)/ Pablo Ramos

La ley de la ferocidad, de Pablo Ramos

(Fragmento)

Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como el impacto de rocas gigantescas chocando entre sí oídas desde un puente en un derrumbe de montaña; como la campana mayor de la iglesia que llama a misa, oída desde el mismo campanario, oída desde dentro del niño mismo como si el niño mismo fuera martillo y campana. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como el choque del cuerno del toro contra el burladero, oído desde dentro del cuerno del toro; como el hacha que se clava en la corteza del quebracho, oída desde dentro de los ojos del hachero que se han llenado de astillas y derraman lágrimas ácidas que se irán a secar justo antes de deslizarse por el cuello; como el golpe seco de un auto conducido por un borracho que choca a ochenta kilómetros por hora contra un tren detenido, oído desde dentro del borracho y oído también desde dentro del estómago del maquinista del tren detenido. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como el impacto del segundo avión contra las torres norteamericanas oído desde las transmisiones ecualizadas de las cadenas de televisión norteamericanas, oído desde el lugar del piloto que lo llevó de frente hasta el impacto, oído desde la planta alta de la primera torre ya condenada a morder el polvo, oído desde el estómago del que se tiró por la ventana mientras aún estaba en el aire. Los golpes de un aduilto contra la cabeza de un niño suenan internamente como cocos que caen esporádicamente en la noce silenciosa de una isla desierta; como chapuzones de panza contra una piscina repleta de sangre; como estatuas que caen y derriban estatuas; como acoples de micrófonos a todo volumen en un concierto de rock. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como lo que escucha el boxeador que recibe un cross de 150 kilos de fuerza; como una cachetada de mujer en un lugar público; como una tormenta de whisky sobre un estómago que no puede más; como vidrio molido entre dientes que se parten. Los golpes de un adulto sobre la cabeza de un niño suenan internamente como miles de estómagos que crujen de hambre, oídos desde dentro del corazón de un Dios justo, vivo y verdadero, oídos desde el gas que se genera en el estómago que comió cuatro veces lo que necesitaba para vivir, oídos desde la indiferente terquedad de las moscas que insisten frente a los que se van a morir. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como trompadas en la arena (…)

6-OSCURA MONÓTONA SANGRE (novela)/Sergio Olguín

«Se acercó a Daiana.Miró su espalda,el culo,las plantas ásperas de los pies.Soñaba.Ese cuerpo no podía pertenecerle.Pasó su mano por la espalda de Daiana.Se equivocaba:estaba despierto.No se puede acariciar un sueño y él estaba acariciando la espalda de la chica.Le tocó el pelo,se lo apartó de la cara y Daiana se despertó.Lo miró con una sonrisa,como si hubieran pasado la noche juntos y no se sorprendiera de que él estuviera a su lado.Daiana se dio vuelta sin taparse y quedó desnuda de la cintura para arriba.Él le acarició la cara.No,no soñaba.Ella se acurrucó contra el cuerpo de él.

-Me quiero quedar a vivir con vos – le dijo ella,pero pudo haber sido al revés.Pudo haber sido Andrada el que dijera :

-Quiero que te quedes conmigo. «

 

7-CUENTOS BREVES/ Santiago Espel

MUJER DE FE

No tuvo suficiente con la carta astral

ni escarmentó con solari parravicini:

sin embargo espera que pase algo trascendente,

que florezcan los nardos por ejemplo,

que el gallo cante tres veces al día

o que las arañas resignen de una vez el patio;

espera, velando una vieja máquina de coser,

junto a un perro sin nombre ni apellido,

regando una higuera seca en un jardín vacío.

 

HOMBRE DE CIERTA FORTUNA

Entre los objetos de la descendencia encontró

dos corbatas, un título de propiedad de un terreno

en algún pueblo de la provincia, un reloj de oro,

una baraja española con mujeres desnudas

y una palangana de acero inoxidable.

Usó las corbatas durante veinte años;

por deudas inmobiliarias el estado terminó

por expropiarle el terreno;empeñó el reloj para hacerse una dentadura de porcelana;

jugando, apostó la baraja y las mujeres desnudas y perdió;

finalmente, una tarde de lluvia en el balcón,

descubrió la sabiduría en el agua quieta de la palangana.

8-PABLITO CLAVÓ UN CLAVITO: UNA EVOCACIÓN DEL PETISO OREJUDO

| Mariana Enríquez

La primera vez que se le apareció fue en la salida de las nueve y media de la noche, la que se hacía en ómnibus. Fue durante una pausa del relato, mientras recorrían el tramo que iba desde el restaurant que había sido de Emilia Basil, descuartizadora, hasta el edificio donde solía vivir Yiya Murano, envenenadora. De todos los tours por Buenos Aires que ofrecía la empresa para la que trabajaba, el de crímenes y criminales era el más exitoso. Se hacía cuatro veces por semana: dos en ómnibus y dos caminando, dos en inglés y dos en español. Pablo supo que cuando la empresa lo designó como guía del tour de crímenes le estaba dando un ascenso, aunque el sueldo fuera el mismo (sabía que, tarde o temprano, si lo hacía bien, esa cifra también iba a ascender). El cambio lo había alegrado mucho: antes hacía el tour “Arquitectura Art-Nouveau de Avenida de Mayo”, que era muy interesante, pero aburría después de un tiempo.

Había estudiado los diez crímenes del tour en todo detalle para poder contarlos bien, con gracia y suspenso, y jamás había tenido miedo ni se había impresionado. Por eso, antes que terror, sintió sorpresa al verlo. Era él, sin duda, inconfundible. Los ojos grandes y húmedos, que parecían llenos de ternura pero en realidad eran un pozo oscuro de idiocia. El chaleco oscuro y la estatura baja, los hombros esmirriados y en las manos esa soga fina -el piolín, como lo llamaban entonces- con que le había demostrado a la policía, sin expresar emoción alguna, cómo había asfixiado y atado a sus víctimas. Y las orejas enormes, puntiagudas y simpáticas, de Cayetano Santos Godino, el Petiso Orejudo, el criminal más célebre del tour, quizá el más famoso de la crónica criminal argentina. Un asesino de niños y de animales pequeños. Un  asesino que no sabía leer ni sumar, que no distinguía los días de la semana y que bajo su cama guardaba una caja llena de pájaros muertos.