“Creo que hay una realidad que yo construyo que tiene mucho de mágico, de volado, pero también tiene mucho de terrenal. Así, como un árbol”, dice Silvia Zerbini. En esta nota, nos adentramos en la historia de la mujer que se convirtió en una de las principales referentes de la Danza Riojana.

Escribe Patricia Espeche – PUENTE ALADO                                            11/09/16


¿Cómo habría sido su vida sin el baile?/ Nunca le pidió un mango a nadie/ La Danza la llevó a los límites/ Siempre fue muy inquieta/ Aún en los peores momentos, nunca dejó de bailar.

Se la ve risueña, erguida y con las convicciones firmes. Está lista para contarnos un poquito de su historia antes de tomar el colectivo que la llevará de regreso a Chilecito. Mates de por medio –invitados por el dueño de casa, su amigo, Camilo Matta-, comenzamos a charlar.

Se define a sí misma como una mujer, madre, abuela que baila. “Tengo una gran respeto por la hembrez y me siento muy mujer. Si no tendría resuelto lo de ser mujer, no podría haber sido madre y bailarina”, cuenta.

Hacer danza para ella es algo vital y cotidiano. Comenzó a los tres añitos, mientras se envolvía en un mantel, improvisando algunos pasos.

La academia a la que sus padres la enviaron, le dio un marco que agradeció toda su vida, a pesar de odiar los bailes de salón.

La primera vez que la danza la ayudó a cumplir un objetivo, fue a los 12 años, cuando dio clases a las amigas de su hermana menor, para comprar los mocasines que quería. “Desde ese día, nunca le pedí un mango a nadie. (…) Algo decidió por mí. Me plegué a esa necesidad y cuando estaba adentro, me di cuenta de que ahí estaba cómoda”.

Destino: Chilecito, La Rioja

“Creo que hay una realidad que yo construyo que tiene mucho de mágico, de volado, pero también tiene mucho de terrenal. Así, como un árbol”, anticipa.

“A veces me preguntan: ¿Cómo fue que decidiste venir a La Rioja? Yo no decidí nada, desconozco qué es eso. Estaba pasando uno de los pocos momentos feos de mi vida. (…) Estaba en la lona, mal, pero seguía bailando”.

Fue ese el momento en el que un abogado de La Rioja, “el Lito Luján” le preguntó si quería dirigir el ballet de Chilecito. “Viniendo en una renoleta de Córdoba a Villa Allende, le dije: Sí”.

Después tuvo que preguntar dónde quedaba Chilecito y más tarde supo que su abuela era de ese lugar. “Me trajo mi abuela, la única artista de la familia. (…) Es creer o reventar”.

Silvia recuerda sus primeros tiempos en el nuevo destino: “Yo ya era un bicho raro en Córdoba, imagínate en Chilecito… Era un bicho raro que tomaba café sola en los bares, que salía con los hijos, que andaba en bicicleta en calzas”, cuenta divertida.

Poco a poco, un montón de gente empezó a descubrir sus bichos raros y a plegarse, “hasta que generamos una movida, una escuela, una corriente a la que luego mis hijos se fueron sumando con sus realidades que son diferentes”.

Los Caminos de la Danza

“La danza me ha llevado por todos lados. Pero no solamente ha sido la danza sino esta manera de encarar la danza”.

Bailar con el pelo platinado a los 11 años. Compartir una cerveza con Eduardo Galeano. Bailar en La Batea, Catamarca, con criollos que no salen de su puesto. Coincidir con Tato Iglesias de la Universidad Trashumante. Bailar en la Embajada Peruana con cubiertos de plata. Girar por Europa. Bailar en Cosquín y ser seleccionada por Santiago Ayala y Norma Viola. Filmar películas. Bailar con Lia Labaronne del Teatro Colón. Intercambiar chistes en el patio de Los Carabajal….

Como en una suerte de repaso fugaz, brotan algunos de estos recuerdos en los que constantemente se cuela el baile. La lista sigue y parece interminable. Cada vivencia viene acompañada de acotaciones como “Siempre me elegían, aunque era la peor del grado”, “La disciplina la adquirí trabajando pero nunca dejé de disfrutar lo que estaba haciendo”, “El baile me llevó a todas partes”.

El Aporte

“No es pa todos la bota e’ potro”, dice una Silvia desafiante. “Todos pueden bailar, bailar es terapéutico y necesario. Ahora, ser un bailarín es un oficio”.

“En La Rioja hay una gran movida de la que estoy orgullosa. De ahí, a que todos puedan bailar aprendiéndose una serie de pasitos de una técnica ajena al folclore, sin transitar sin mirar para atrás, sin escuchar a los abuelos, sin leer a los escritores riojanos, sin ver la pintura de La Rioja, me parece una cosa que está rayando la falta de respeto”.

Para llegar a algunas conclusiones como estas, ha tenido que pasar por muchas cosas, reflexiona… “Para elegir pararme en este lugar, para elegir tomarme un colectivo para venir a bailar, o para elegir ir a dar clases gratis a los niños del campo. Elegir, es la palabrita mágica”.

Actualmente, la bailarina escribe un libro. “Yo no les voy a decir cómo se baila la zamba, porque no sé cómo se baila. Ahora, cada vez que bailo trato de que sea un acto de conciencia total”.

Cuando le preguntamos por lo que viene, responde que “La vida tiene sus etapas. Uno se construye, transcurre y tiene que dejar para los otros. Viene esto: contener, enseñar, estar siempre para los jóvenes”.