En 1877 Tomas Alba Edison dio a conocer el primer aparato mediante el cual se podía capturar un sonido, voz o ruido, para luego reproducirlo tantas veces como uno quisiera, de manera mecánica. Años después hasta se puso en duda la autoría de este invento y muchos hoy atribuyen a Nicola Tesla o a otros, la paternidad de este y otros grandes avances tecnológicos, que luego fueron negocios globales de la industria en el siglo XX.


Pero más allá de verdades, mentiras y/o conspiraciones lo cierto es que desde entonces se fue perfeccionando la posibilidad de captar, reproducir y almacenar, registros fonográficos de voces, discursos, sonidos de instrumentos musicales, interpretaciones de las orquestas, directores, pianistas, violinistas y los cantantes más famosos del mundo.

Luego, la incipiente industria comenzó a “producir música” de los más variados géneros para su reproducción, pensando en el interés del público por adquirir y escuchar su música favorita mediante la victrola (aparato de uso hogareño fabricado por RCA Víctor que manija mediante hacía girar un disco de pasta endurecida y se amplificaba a través de una bocina), y en esa escucha repetida se fue sustituyendo de a poco la costumbre de “hacer música en familia” alrededor del piano o la pianola, instrumentos que se encontraban habitualmente en los hogares de las clases sociales más acomodadas y/o emergentes de las ciudades.

Este acotado negocio (grabar música para vender discos en las tiendas) comenzó a crecer y a desarrollarse a niveles insospechados de la mano de la radiofonía ya que la trasmisión de contenidos a través de las ondas radiales y la publicidad como fuente de ingreso de las cadenas de emisoras (broadcastings), encontró su mejor aliado en la difusión de música grabada; la radio difundía cada vez más música y las grabaciones, cada vez más diversas en géneros e intérpretes, hacían atractiva a la radio que era escuchada diariamente por millones de personas. Ahora el público, además de la victrola, tenía que comprar el sintonizador o receptor.

Más tarde llegó la radio a transistores, la radio portátil y a pilas, la radio en el automóvil, y hoy la radio en el celular; de igual manera los soportes de música grabada sufrieron cambios y de aquel disco de pasta, pasamos al vinilo, el magazine para el auto, el cassette, el CD, el MP3 y hoy estamos aguardando el nuevo formato ante la inminente desaparición del CD.

No obstante sigue siendo indisoluble la alianza entre la radiofonía y la industria fonográfica a pesar del cambio de paradigma que sufre esta última, por la omnipresencia de Internet (Youtube, Spotify, etc.) y las nuevas formas de acceso a la música grabada que alejaron al público de las tiendas y disquerías.

Hasta aquí la de cal… porque nunca la humanidad tuvo como hoy la posibilidad de conocer de primera mano sonidos, estilos, lenguajes e información del pasado y del presente, sin la intermediación de los historiadores, traductores, adaptadores o analistas que nos contaban “cómo sonaba la música de Bach o hacían referencia al endiablado violín de Nicola Paganini”. Desde 1877 existe la posibilidad de conocer el sonido del piano de Claude Debussy (1862 – 1918), la trompeta de Louis Armstrong, la Orquesta de la Scala de Milán dirigida por Arturo Toscanini o la voz de Enrico Caruso, sin olvidar cómo cantaba y decía José Oyola, la locución de Sonia Lander o una homilía en la voz de Monseñor Angelelli.

Hoy es posible encontrar estos y otros tesoros del arte y de la cultura mediante un click en Internet, pero siempre hay un pero…

“El que no sabe lo que busca, no aprecia ni valora lo que encuentra”. Internet es una herramienta formidable pero sin una educación y formación previa que respalde la capacidad de apreciar la música, la arquitectura, la literatura, el teatro o la física cuántica, seremos como primates tratando de utilizar un sextante o una brújula, ya que en muchos casos accedemos a una información y/o contenido que no tiene significación o sentido para nosotros, y la de harina es que pretendemos sustituir años de formación, con los tutoriales que encontramos en la misma red,  donde nos proponen por ejemplo, aprender con muy poco esfuerzo y dedicación, a improvisar sobre dos escalas que el “tutor” nos brinda de manera escueta y fuera de contexto.

El resto dependerá con suerte, del entusiasmo que ponga el “tutelado” y de su capacidad para imaginar que de manera fácil y rápida, se ha transformado en un músico de jazz.

Próxima entrega: Cómo tocar la gaita escocesa en minifalda…