De vez en cuando caigo en las garras de una serie. Me siento cautivo de ella (casi siempre en mal sentido) con una falsa necesidad de concluirla. Termino con un sabor amargo al final de cada temporada, salvo alguna excepción que no fue el caso de ¿Quién mató a Sara?, una de las “estrellas” de Netflix en estos últimos meses que -de paso- me recordó a una película argentina.
La serie mexicana que se centra en el asesinato irresuelto de una adolescente estuvo entre los contenidos mas vistos de Netflix (de los que cada vez tengo mayores dudas). Casi por azar y como una especie de entretenimiento relajado la elegí para pasar un rato. Pronto estaba mirando un capítulo detrás de otro, con ansias de develar ese misterio que plantea el propio título.
Esa primera temporada se centra en manejar, con algunos tinos, los tiempos de whodunnit y generar cierta intriga a partir de ese misterio. Pero la serie nunca puede salir de ese tono absolutamente televisivo que la hace caer en el melodrama más barato que recuerden. Con actuaciones que por momentos parecen ridículas y giros que en algún punto se vuelven agotadores y van convirtiendo la intriga en cierta frustración fruto de que se evidencia con claridad que la intención está puesta en “estirar”. Todo deja de fluir rápidamente y a la serie se le ven los hilos, uno se da cuenta, cada vez con mayor velocidad, del intento de manipulación de la narración para desorientar sin la solidez que el relato requiere para confundirnos e interesarnos.
¿Quién mató a Sara? crea falsas conclusiones y luego las destruye. Claramente en el segundo o tercer intento de hipótesis, cualquier espectador la descarta de inmediato. Y se aburre de las idas y vueltas.
Lo mismo intenta hacer de una temporada para la otra. Pero esa segunda parte con fallas mucho más evidentes y profundas que la primera. Y aquí es a donde iba con todo esto: Esa segunda temporada de la serie mexicana me recordó mucho a la fallida última película de Schindel “Crímenes de familia”.
Seguramente con buenas intenciones, el director de El Patrón: Anatomía de un crimen narra en Crímenes de familia el doloroso proceso de deconstrucción de una madre (sobria Cecilia Roth) de clase alta que cree que su hijo es víctima de la manipulación de mujeres que solo quieren quedarse con su plata.
Escrito puede que suene interesante e incluso valioso. Pero la película es deficiente, desangelada e incluso aburrida. Todos esos problemas Schindel intenta resolverlos narrando en temporalidades diferentes, intentando confundir sobre el orden de los sucesos que conducen a la verdad que Alicia (Cecilia Roth) debe descubrir.
El film es más bien un folleto de reflexión y le cuesta mucho salir de ese lugar con alguna idea luminosa (presumiendo que pretenda ser más que una consigna) y el único recurso del que intenta valerse para huir de su monotonía es desarmar la linealidad de la narración, porque está claro que contado clásicamente sería un somnífero.
Ese recurso es normal en la filmografía de Schindel (El patrón, El hijo, Crímenes de familia) pero en este último film es más que nunca decorado para hacer más interesante ese mensaje que intenta enviar a la sociedad de manera masiva. Y en ese aspecto, evidentemente es eficaz a pesar de ese final innecesario [SPOILER ALERT[ entre lo demagógico y lo absurdo donde la señora de clase media alta se deshace de su ostentoso departamento y cambia tacones por zapatillas como si las renuncias demostraran que aprendió algo. Como si ahora viviera como los humildes, las víctimas de su hijo. Estos problemas para identificarse con las clases bajas ya eran notables en el cine de Schindel en su primer película. Siempre hay algo burdo en el retrato que suele hacer de los desposeídos y parece moverse con mayor cintura en los entornos de mayor poder adquisitivo.
Volviendo a la serie creada por José Ignacio Valenzuela. Los problemas son similares, las soluciones idénticas pero los mensajes aún más fallidos. En la primera temporada, el relato está construido alrededor de un femicidio: una joven de clase baja es asesinada en la casa de una poderosa familia de clase alta.
Desde ese lugar la serie se ocupa de poner en juicio (con mucha liviandad) algunos de los problemas más visibilizados de estos tiempos (acosos, femicidios, trata de blancas).
Durante esa primera temporada, la mayoría de los personajes que la serie propone como posibles asesinos tienen solo causas machistas para cometer el crimen.
Entonces esa primera temporada parece ser otro producto audiovisual con alguna que otra idea entretenida intentando convertirse en un elemento concientizador aprovechándose de uno de los temas más urgentes de la sociedad.
Pero luego llega esa segunda temporada donde rompen todo. Y aquella que fue víctima en la primera temporada se convierte en una especie de villana. Pero ese no es el mayor problema.
¿Quién mató a Sara? no se posiciona con claridad, siempre con la intención de dejar caminos abiertos para una siguiente temporada, Valenzuela va descargando de culpas a sus personajes y eliminando a los que no puede disculpar. Pocos de ellos tienen justificadas decisiones y la solución -para todo aquel que no encuadre en el rumbo del relato por sus acciones pasadas- es la demencia.
De allí el agotamiento. La serie que impone unas reglas, las cambia luego con argumentos de novelas de los 90 (solo nos falta gente perdiendo la memoria o perdiendo la vista) y una vez vuelve a hacerlo cuando le place para seguir reorientando la narración a un punto conveniente para poder seguir tejiendo temporadas. No parece haber interés en el mensaje, ni en la calidad narrativa, ni tan siquiera en el relato concreto.
Todo objetivo está en enroscar las cosas a un punto que sea confuso (ya no intrigante) y luego hacer aparecer nuevos elementos que aporten algún condimento que antes no estaba para seguir lanzando temporadas que seguramente serán cada vez más descabelladas y de menor calidad.
No me molesta el cambio en las reglas pero sí que eso sea en detrimento del relato. E incluso que se autodestruyen las ideas y premisas políticas que tenía en un primer momento.
Quizá eso pretenda mostrarse como cierta audacia o intento de romper con la corrección política dando un giro totalmente inesperado. Pero llenar de maldades a un personaje que en un primer momento era mostrado con una absoluta inocencia (sabemos que es poco probable que exista) genera mucho más rechazo que cualquier parecido a la admiración.
Ambas obras citadas están aún disponibles en la plataforma de Netflix, ambas formaron parte en algún momento de lo más visto de Argentina por lo cual presumo que muchos de ustedes pueden leer estos texto sin “sufrir” los spoilers. Aunque la cantaleta de los spoilers me parece una exageración impuesta últimamente con mayor fuerza por campañas publicitarias que llenaron los cines con películas de superhéroes. Pero ese tema es para otro momento.