Hace poco, en un comentario bastante desafortunado, un personaje local que es parte de “nuestra cultura”, relativizó con bastante ironía pero con mayor ignorancia, el trabajo de los talleres de creación literaria y a quienes asisten y coordinamos estos espacios. Está bueno entonces pegarle una miradita a estos sitios y así, para quienes no lo saben, mostrar y para quienes sí saben de qué se trata, invitarlos a dar su opinión o agregar algo ue se escape en esta nota.

Escribe Adriana Petrigliano – PUENTE ALADO


¿Se enseña a escribir? ¿Alguien puede enseñar a escribir?

No, rotundamente, no se enseña, porque escribir escribimos todos, y quienes asisten a estos lugares, de hecho escriben.

En un taller literario no se enseña nada. Sólo se busca. Porque un creador es un buscador incesante. Y lo que se busca es la materia prima con la que se creará más tarde.

La tarea del escritor es la más solitaria y silenciosa y esto se repitió hasta el cansancio. Sin embargo, para convertirse en tal, quien escribe necesita quien lo lea: lectores. Y eso sí sucede en un taller literario, se lee lo que se escribe, se comparte, se entrega, y es allí entonces donde comienza a suceder esa rara sensación.

Siempre insisto con mis alumnos en esto: existen dos silencios muy marcados después de la lectura de los ejercicios. Uno es pesado, denso, casi podría tocare (ese silencio marca que algo no está bien en ese texto, no provoca, no sacude…no hay nada allí), y hay otro silencio que es casi como un pequeño viento que invita a que necesitemos una pausa antes de seguir…porque sí provocó algo en nosotros, desató extrañas sensaciones.

En un taller literario se lee

Se lee mucho. Mucho más de lo que se escribe quizá. Porque esa búsqueda de tonos, estilos y recursos sólo la podemos encontrar en otros escritores. Ellos nos darán las herramientas.

Una tarde/noche en un taller literario es apenas una mesa con no más de ocho personas (aunque a veces son muchas más), hojas, cuadernos y lapiceras, algo de música y palabras. Las palabras se sueltan y cada uno hará con ellas lo que pueda/lo que quiera/lo que suceda/lo que necesite…

Ese instante de creación será como una magia difícil de atrapar y esa será “la inspiración”.

Pero allí es donde radica la diferencia que quienes asisten a un taller buscan: no quedarse con eso. Porque la inspiración no alcanza y quien se quede con eso, desprecia el oficio. Lo que se libera en un taller será lo que cada uno lleve y trabaje después, arduamente. Con paciencia de artesano o con furia. Descarnadamente. Sin permisos ni arrobamientos. Pero desarmará sus textos, los someterá a recortes y descartes. No quedará conforme (casi nunca) y esto, a lo largo de los 17 años que llevo coordinando talleres lo veo y lo que le da contundencia y respeto: veo los resultados.

Porque la cantidad de premios provinciales, regionales y nacionales que han recibido y siguen recibiendo muchos de los que asisten a estos espacios, habla del respeto con que se toman este oficio. Y no lo marco como un logro personal, lo marco como lo que es, un trabajo serio y comprometido de quienes buscamos crecer y lo hacemos con humildad. Porque creo que es eso lo que sucede cuando alguien defenestra lo que no conoce, carece de humildad.

Digo con un legítimo orgullo que la mayoría de los escritores que han sido reconocidos por su obra, compartieron y compartes estos espacios de creación. Leímos atenta y minuciosamente sus trabajos. Los desarmamos palabra por palabra para volver a unir esa especie de tejidos extraños.

Y gozamos cada momento de creación. Porque eso también es un taller literario, un espacio de gozo.

En un taller también se empuja, se anima, se estimula, se invita permanentemente a mostrar, porque sin el juicio del otro, un escritor no existe.

Y por último… en un taller literario no se miente.

Por lo menos en los que coordino… no se miente, no se halaga de manera vana, no se juega a escribir versitos y pasar una tarde linda.

En un verdadero taller literario muchas veces debemos sentir con fuerza que el camino elegido no es el correcto…porque no se enseña a escribir. Y quien no “sabe escribir”, no lo podrá hacer nunca.


Domingo 22 de junio de 2018