¿Por qué el título de esta columna de opinión?  Y ¿por qué sustituir arena por harina? “Una de cal y otra de arena” es una expresión popular que nos señala con qué frecuencia lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, se encuentran vinculados a un mismo hecho o situación. Desde esta columna abordaremos muchos temas que tienen un denominador común: nuestra cultura.

Escribe Camilo Matta – PUENTE ALADO                                              


En nuestra cultura chayera, la harina es un elemento del juego que tiende a igualar, aunque más no sea por unos días, la condición del riojano, ya sea pobre o rico, notorio o anónimo, honesto o corrupto, en una especie de Cambalache donde “…cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón…” Y en esta autocomplacencia de carnaval muchas veces hacemos la vista gorda a hechos y situaciones que han sido, son y serán cuestionables ética y moralmente, a pesar de las buenas intenciones que les dieron origen y motivo.

Los riojanos tuvimos una cultura de la palabra, de la honestidad, de la hospitalidad solidaria, del trabajo y de la digna humildad; lamentablemente la “harina” nos ha hecho creer que es más moderno y piola relativizar y disimular nuestras faltas en la ley del menor esfuerzo.

Radiofonía

No obstante la decisiva gravitación que la televisión tiene hoy como medio de comunicación para entretener, crear opinión y marcar tendencias en todos los órdenes de nuestra vida, los que tenemos algunos añitos guardamos un especial cariño por la radiofonía.

La radio nos acompaña, nos informa y nos permite pulsar la temperatura social por su inmediatez y porque en muchos casos nos obliga a imaginar lo que no vemos; un gesto, un rostro, una imagen, en vez de ver lo que intencionalmente quieren que veamos a través del cable, los canales de aire o la crónica escrita.

A pesar de la televisión actual se extraña la magia de un partido de fútbol con el relato de Fioravanti o Jorge Agüero; una carrera de TC en la voz del flaco Aguad, una tarde de lluvia y buena música con el peruano Guerrero Marthineitz, o a Edgardo Suárez presentando “Cosak en la Noche”, las semblanzas de “Noches de Luna y Percal” en el decir de Ricardo Quiroga, la sensual voz de Nucha Amengual, y los domingos “Soñar no cuesta nada” con la tía Cecilia César.

Por aquellos años la radio era informativa y siempre estaba en permanente contacto con la comunidad, siendo en muchos casos su intérprete más directa e intuitiva.

Era una radio de servicio atenta a las poblaciones del interior y sus necesidades, mediante “crónica radial necrológica” o los “llamados a la solidaridad” cuando decían “…se necesitan dadores de sangre….” o “…viaje a Tama, su madre muy grave…”

Pero también teníamos una radio formativa porque escuchábamos hablar en correcto castellano, sin groserías ni palabrotas en medio de una chacota sin calidad ni sentido; había un especial cuidado por las voces de locutores y conductores, se supervisaba su dicción, entonación y en muchos casos la lectura de textos y libretos radiales bien escritos, que abordaban temas de divulgación científica y cultural de mayor interés que las banalidades que podemos escuchar en la radio por estos días.

De la música … mejor no hablar ni comparar, porque más allá de gustos y preferencias, cuando había sólo dos o tres emisoras se podía escuchar música para todos los gustos, dentro de una misma programación; folklore, tango, música clásica música italiana, española, brasileña, jazz, cumbia, cuarteto, rock y melodías instrumentarles interpretadas por las grandes orquestas de todo el mundo.

A esta diversidad se agregaban los radio teatros de Alfonso Kanki y programas de poesía y lírica como “España en noches de milagro” sin olvidar “Noches de serenatas riojanas” de la mano de Joaquín Ramos y Julio Florencia Chazarreta respectivamente.

A la luz de estos ejemplos pregunto: ¿quién dijo que lo popular y la calidad van por caminos separados? ¿Porque nos quieren confundir y se confunden pensando que para “vender” hay que hacer y decir las cosas de la peor manera? Hoy en vez de cuatro emisoras tenemos más de cuarenta, y sin embargo, salvo honrosas excepciones, pasamos por el dial sin pena ni gloria no sólo por la falta de contenido, sino también porque la pésima calidad de aire, las permanentes interferencias y la superposición de las frecuencias, nos quitan las ganas de escuchar la radio.

Dice el dicho que…” lo que abunda no daña”, pero en este caso cantidad no es igual a calidad y no hay que confundir gordura con hinchazón.