El director riojano Pano Navazo estrenó la obra “Montada en la otra, o una ilusión que no quería morir a la sombra” y sacudió estructuras. En pleno oleaje de una pandemia, el artista conecta al público con otras tragedias que son las historias universales del escritor chileno, Pedro Lemebel.
Una voz, desconocida quizás para la mayoría, interrumpe la inquieta espera de un público que vuelve a ser público después de un año y cuatro meses. Y en la oscuridad de la sala del Espacio 73 suena Pedro Lemebel, con esa inconfundible entonación chilena que desde el comienzo delata la patria del artista de los bordes. Después luces cálidas y unos tacos de charol que se desplazarán por las lustradas tablas marrones del escenario. Una banqueta, un atril, unas boas de plumas bicolor que esperarán al costado; la silueta de una mariposa. Y Pano Navazo.
La obra tendrá atrapado al público para hablarle de la dictadura en Latinoamérica, la expropiación de niños y niñas, el VIH, el desgarro, la diversidad, la violación. El amor.
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-¿Qué propone Montada en la otra?
-Es una idea que surgió a partir de la lectura de crónicas, en distintos libros, del escritor chileno Pedro Lemebel que murió con poco más de 60 años, en el 2015 en Chile. Las crónicas de Pedro nos pareció que tienen un universo cada una y todas en su conjunto. Que muestran los pequeños mundos en ese gran universo que es la diversidad. Cuando explica a Lemebel, Pano Navazo se esmera para que quien escucha pueda comprender la dimensión de un Lemebel. Ese escritor y artista visual que toreó al sistema dictatorial liderado por el comandante en jefe del Ejército de Chile, Augusto Pinochet. Ese que conformó el colectivo homosexual Las Yeguas del Apocalipsis para hablar del pobre, de las alitas rotas, del que tenía VIH en los bordes, del maricón al que tiraron del décimo piso por buscar amor. Del que en lugar de recibir una puñalada, por marica recibe 10. El que sacudió banderas por las minorías violentadas y estigmatizadas como violentas.
– Cuando pongo la diversidad también hablo de la resistencia y la lucha en relación a los sistemas opresores, como son las dictaduras. Pedro Lemebel puso mucho el cuerpo contra la dictadura de Pinochet. Pero también eso es una diversidad, porque siempre lo hizo desde el lugar de su sexualidad claramente definida y como una bandera política. En tiempos donde ser puto o maricón, como dicen en Chile, significaba un precio alto que pagar y sin embargo desde el arte pudo hacerlo.
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La propuesta teatral está cocida con un hilo musical y sonoro prolijamente enhebrado. La atmósfera vibra, retumba. Sacude. Cinco crónicas que se ensamblan con el recurso audiovisual para que sea el propio Lemebel quien, en imágenes de archivo y pantalla gigante, se explique desde su discurso. Cinco historias que revelan la literatura del chileno, ese gran universo en donde caben todos los pequeños mundos.
Luces rojas y azules aparecerán insistentes durante toda la obra para teñir relatos donde la humanidad se muestra desnuda. Donde el tormento de una violación o el abuso y desamparo travesti, bien podrían desprenderse de las calles riojanas. Donde la expropiación de menores como política del terrosismo de Estado enlaza a la Argentina con la frontera trasandina y entonces los sonidos perturban y evocan imágenes en verde oscuro.
Una sala llena -con capacidad reducida por protocolo-, y el desplazamiento coreográfico que sólo tendrá a Pano Navazo en el escenario durante poco más de una hora. Y allí de nuevo ocurre ese ritual único que habilita el teatro: la proximidad del ritmo de la respiración, el intercambio susurrado en butacas contiguas, la improvisación. Un comentario que eyecta desde un público acaso interpelado; y entonces lo cruento, la indiferencia, el despojo, el instante del amor, el sometimiento, lo dicho y lo tabú se vuelven historias más cotidianas para ese publico.
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– La humanidad así como es, sin aderezos, sólo con algunas pinceladas que destacan rasgos son para mí las crónicas de Pedro Lemebel -dice Pano para graficar. En esas pinceladas y rasgos creo que está lo profundo de su decir y lo que me conmueve profundamente a mí también. Lo que me hace tener tantas ganas de que se pueda ver esto.
“Esto” es la obra Montada en la otra, o una ilusión que no quería morir a la sombra, que se estrenó el 16 de julio con una función al día siguiente, después de un proceso creativo que duró cuatro años. Su desembarco no pasó desapercibido: fue el refugio para que vuelva a ocurrir el teatro, ese espacio irremplazable que experimenta con el público de una de las actividades artísticas más resentidas por el distanciamiento social pandémico.
La obra de El Pasillo Teatro -elenco que integra Pano hace años- tuvo en las manos y creatividad de Candela Winter y Florencia Aguero una sobresaliente puesta técnica, y en la inventiva de Jimena Vera Psaró la realización de objetos.
– ¿Por qué contar estas historias hoy?
– En estos tiempos creo que necesitamos volver a encontrar historias, relatos que nos conecten con nuestra humanidad y con las otras humanidades, los mundos de este universo Lemebel. Este tiempo de incertidumbre, miedos, muertes, pérdidas y aislamiento nos puso frente a nuevas preguntas y también emociones, porque la proximidad de la tragedia siempre conmueve diferente. Y hemos vivido, estamos viviendo, también un tiempo de tragedia.
Pero el artista riojano no se quedará en el dramático origen griego. Hablará también de un tiempo de buenas cosas.
-La solidaridad, el amor, el encuentro con el otro, el acompañarnos en estos tiempos, en pensar cómo creativamente damos lo mejor de nosotros, es un desafío que está bueno compartir comunitariamente. Porque los artistas lo sentimos de este modo, pero quienes disfrutan de lo que nosotros proponemos lo sienten desde ese lugar también. De poder volver a conectarnos, a conectarse, a conectar la humanidad.
-El teatro es el arte más vivo, porque cada momento es un ritual único en donde se repite una historia, un movimiento, un sonido o una luz, lo que no se repite nunca es lo que le pasa a quienes están en la escena y a quienes reciben esa escena. Eso es único y mágico, y creo que nos debemos, como regalo en este tiempo, volver a sentir las emociones juntos.
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¿Por qué no? A la pregunta retórica la ensayará por lo menos cinco veces antes de esbozar algunas respuestas que ya tiene elaboradas de antemano. Invocará a la edad, a los miedos y al abismo que significa la actuación para luego dar por finalizado, entre risas, el autointerrogatorio. Un interrogatorio al que se somete en medio de la entrevista para explicar desde el juego por qué es la primera vez que, además de dirigir, decide actuar.
-Creo que me debía esto del escenario porque… ¿por qué no? ¿Porque tengo 62 años o porque nunca lo hice? ¿Por qué no? ¿Por qué no? Además porque me siento muy vivo ¿sabes? Y creo que estar muy vivo hace que pueda disfrutar esto que siento, porque no sé cuánto tiempo más lo voy a disfrutar así entonces quiero disfrutarlo plenamente. Es la primera vez que lo hago y estoy muy feliz de poder atreverme, porque creo que necesito de forma vital desafíos y cosas nuevas, pero ya cada vez con más claridad de lo que quiero. Porque en ciertos momentos de la vida la conciencia de lo finito se hace más consciente, y creo que soy una persona que recibió muchos “dones”, cosas que siempre me han inquietado, que me han culiyado. Y muchos de esos dones que inquietamente he cultivado en mi vida lo pude hacer pensando en cosas que tienen que ver conmigo y con los demás. Nunca es una cosa puertas adentro.
Y entonces se confiesa. Como quien le devela a alguien su amor demorado.
– Creo que en realidad siempre estuve enamorado del escenario y fui tan cagón que nunca me atreví. Transité el escenario desde otros lugares, pero no de ese lugar donde el que se planta soy yo, mi eje es mi propio hueso dulce, no es el de nadie. Y creo que eso es maravilloso y me hace muy feliz honestamente, me hace muy feliz.
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El artista y gestor cultural riojano, que en las últimas décadas dirigió muchas obras en esta y otras provincias, detiene el giro en la rueda del teatro para reflexionar.
– Siento que vivo en un lugar en donde tenemos que pelear mucho el teatro. Siempre parece que es la niña pobre de la familia, la que ponen en la última habitación, la más húmeda y desolada, y eso es una mierda. Creo que nosotros mismos tenemos que dar vuelta esa idea, porque los teatrista y el público que lo pueda disfrutar, nos merecemos lo mejor. Y tener lugares donde hacerlo y hacerlo bien, que veas un efecto lumínico, disfrutes de un efecto sonoro o visual, en donde el teatro te pueda despertar a la magia, a la imaginación de nuevo, porque estamos hartos de lo plano de la pantalla.
Para Pano hay una urgencia que va más allá de éste, su estreno. La urgencia de transformar ese ocaso. Y como quien viene con el envión de saltar abismos, arremete:
-¿Acaso nos tenemos que prostituir los teatristas para poder disfrutar de nuestro arte y que la gente pueda disfrutarlo también? Me parece que vivimos en una provincia en donde nos han embrutecido durante años, de distintas maneras, y nosotros no nos merecemos estar embrutecidos porque tenemos una riqueza cultural tan maravillosa. Me parece una paradoja tremenda que tenemos que modificar. Y cuando digo embrutecimiento no significa que tenés que ser artista, hablo de poder cultivar desde los lugares más hermosos nuestra sensibilidad, nuestra humanidad para ser mejor pueblo, más hermoso de lo que somos. Y creo que nos debemos, ya no los artistas sino todos, un camino para deconstruir ese embrutecimiento de tantos años y construir otra cosa que nos haga más lindos. Porque somos lindos.
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De este lado, Pano Navazo se atreve a montarse en lo que será tal vez su mayor ilusión; poniendo el cuerpo y la voz a un puñado de crónicas que narra aferrado al papel, imitando el estilo que tenía la otra, como él llama a Lemebel. Y confiesa prudente, como quien revela su plan, que este es apenas un comienzo para trashumar.
– Capaz que no me anime- dice con acompasada risa irónica. Pero siempre me animo, de hecho soy medio trashumante…
Enfrente, su público aplaude. Se emociona. Algunas personas le dirán luego que adentro algo se movió y él dará por cumplido ese pacto con quien se dispone a escuchar la realidad ficcionalizada.
El espectáculo termina. Suena el pegadizo arpegio de la canción Levemente Lemebel, que deja inmersa a la sala con la marcada percusión. Pano saluda sobre el escenario mientras una imponente fotografía de El Pedro reposa a su espalda. Como si todo eso que acaba de suceder allí hubiera sido encomendado por el poeta chileno de los bordes.
Fotos: Ismael Fuentes Navarro