Desde la cuna de sus contradicciones, los muertos nos invocan para que desandemos el camino que conocemos de memoria y así poder resignificar nuestro propio regreso.


Por Martín Alanís*

Malanzán es este lugar: la localidad cabecera del departamento Juan Facundo Quiroga ubicado a 190 kilómetros de la capital de La Rioja; es considerado parte de las Sierras de los Llanos y la Ruta de los Caudillos. En el pueblo hay un cerro llamado El Elefante, un museo de piezas arqueológicas, paleontológicas y minerales, hay cabañas de alquiler. Y en el cementerio de Malanzán, como el de tantos otros muertos, están también los restos de mi madre.

Recuerdo un diálogo con ella cuando estaba internada. Entré a la unidad de terapia intensiva y la encontré postrada en su cama, conectada a varios cables, mirando el techo. Le pregunté en qué estaba pensando. “En el cielo”, me respondió. Pienso que Malanzán significaba para ella un Dorado silvestre, un rincón florido, un paraíso perdido. Todos tenemos un sitio al cual volver y finalmente volvemos, aunque no de la forma que esperamos.

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Cada vez que vuelvo a La Rioja, viajo a Malanzán para tomarme unos días huyendo del hastío de la city porteña que ejerce presión sobre mi espalda. De un tiempo a esta parte, también viajo para presentarme ante el mausoleo de mi familia y besar una foto, la de mi madre sonriendo en la navidad del 2015.

Después de 59 años, 2 hijos y 47 días en terapia intensiva por una fisura intraventicular en el corazón, mamá murió el domingo 21 de octubre del 2018 en su día, el día de la madre. Había un deseo latente en ella, previo a permanecer conectada a un respirador y depender de la bondad de los extraños: quería volver a su pueblo, a la casa de sus padres.

Malanzán, Dpto. Juan Facundo Quiroga, La Rioja. Foto: Martín Alanis

Finalmente volvió. Después de morir, su cuerpo fue trasladado de la capital de la provincia hasta Malanzán, con una caravana de familiares que fueron a darle el último adiós. De vez en cuando, todos volvemos a ese lugar del mundo donde el tiempo pasa muy lento, donde el pasado y el presente se encapsulan y se conjugan en un lugar incierto.

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En su nota “¿Por qué ha escogido Almodóvar Paterna para rodar?”, el periodista español Mikel Labastida repasa las razones de por qué el director manchego encuentra en el pueblo el origen para sus creaciones: «El pueblo es aquel lugar del que huir –porque oprime, porque no entiende, porque no representa- pero también es, más adelante, el sitio al que volver, en el que refugiarse, en el que encontrarse con uno mismo».

A dos años de la muerte de mi madre, todavía me pregunto por las razones primarias de su deseo, el de volver a su pueblo natal: ¿qué hay ahí que no hay en otra parte del mundo? Desde la cuna de sus contradicciones, los muertos nos invocan para que desandemos el camino que conocemos de memoria y así poder resignificar nuestro propio regreso.

Mientras escribo estas líneas, después de más de 200 días de confinamiento en Buenos Aires y a más de mil kilómetros de la tumba de mi madre, yo también quiero volver a Malanzán. A lo Rulfo y lo Almodóvar, necesito volver: tal vez para encontrarme con mis fantasmas del pasado y preguntarles por qué no hablan más que en sueños, por qué no lloran. Parece tan obvio: las respuestas están ahí, aguardándonos, en nuestro punto de partida.

 

* Comunicador social y colaborador en diferentes medios digitales. Twitter: @CMartinAlanis – Instagram: @CMartinAlanis.